06.12.10 - Auditorio

Jon Lee Anderson: “El periodismo corre el riesgo de entrar en una edad de hielo”

 

El vínculo que existe en América latina entre las insurgencias revolucionarias de los años 70 y la actual insurgencia criminal que arrasa en países como México, Colombia, Brasil o Guatemala fue el tema central de una charla abierta al público que brindó el periodista Jon Lee Anderson en el Auditorio Proa. El encuentro se dio en el marco de un seminario sobre la redacción de reportajes, dictado por el mismo Anderson a un grupo de 16 redactores de todo el continente, gracias a un convenio entre la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada por Gabriel García Márquez, y Fundación Proa.

Desde el año 2000 Proa viene desarrollando un programa de capacitación en convenio con la FNPI. De manera conjunta, realizaron en Buenos Aires talleres y seminarios dictados por periodistas como Ryszard Kapuscinski, Tomás Eloy Martínez, Javier Darío Restrepo, Héctor Feliciano y Susan Meiselas. En el marco de este acuerdo, Anderson estuvo en el país por primera vez durante 2006, brindando un taller sobre la escritura de perfiles periodísticos.

En esta oportunidad, los 16 seleccionados por la FNPI estuvieron durante cinco días bajo la tutela de Anderson trabajando y dialogando sobre el concepto y el método de escritura de reportajes.

Durante la charla abierta, coordinada por Jaime Abello, director de la FNPI, Anderson, que está trabajando en Afganistán, contó que estuvo hace unos meses en Río de Janeiro, escribiendo para el New Yorker una nota sobre las formas de vida del mundo narco en una favela. Pero no fue el primer contacto de Anderson con Rio. En 1997, durante la gira de promoción de su biografía sobre el Che Guevara, conoció por primera vez la ciudad. “Durante cuatro días me trataron con guantes de seda, mostrándome la ciudad en toda su belleza surreal, llevándome a buenos restaurantes, haciéndome conocer gente, alojándome en un hotel de 400 dólares. No querían dejarme solo. Tenían miedo de que algo me pasara. Así que el único día libre que tuve, ya bastante cansado de esa situación,  pedí que me llevaran a conocer una favela. Fuimos a una que había cerca del Maracaná. El guía nos condujo por una pasarela de hormigón que acababan de hacer, para que las mujeres y los chicos no tuvieran que moverse todo el tiempo por esas callecitas de barro. Era un hormigón muy nuevo. Pero en un momento empezamos a caminar por sobre unos manchones de una sustancia extraña, resbaladiza. El guía me confirmó con la mirada que estaba en lo correcto. Era sangre. Después, una mujer nos contó lo que había sucedido: esa noche los narcos habían asesinado a un soplón y mientras se desangraba lo habían arrastrado por la pasarela, para que todo el barrio lo viera. Después, habían descuartizado el cuerpo”.

Anderson dijo que se propuso conocer la vida de esa criminalidad de la misma manera en que antes había querido conocer el mundo guerrillero. Antes, dijo, en América latina, si uno nacía pobre, la única alternativa que tenía para salir de esa pobreza, era a través de la ideología y de las armas. Era la única forma de cambiar el destino. Ahora, esa insurgencia ideológica se ha convertido en una insurgencia criminal. No hay vías de diálogo porque no hay reglas políticas. “El único código que respetan los nuevos insurgentes es el de la ganancia. Se reconocen como criminales, antisociales, que viven su vida a expensas de los demás. No conciben una coexistencia pacífica con la ciudad legalmente establecida. No reconocen interlocutores entre los dos mundos porque el único interlocutor que se les ofrece es la policía, tan corrupta y criminal como ellos”, dijo Anderson.

Nacido en California en 1957, hijo de diplomáticos, Jon Lee Anderson pasó su infancia y adolescencia en países de América latina. Comenzó a trabajar en periodismo en Perú, en 1979, como redactor free lance para varios medios internacionales. Dedicó 10 años de su vida a investigar movimientos insurgentes de todo el mundo. Su biografía del Che Guevara le valió un amplio reconocimiento internacional. Escribe regularmente en el New Yorker. “La tumba del León (partes de guerra desde Afganistán)”, “La caída de Bagdad”, y “El dictador, los demonios y otras crónicas”, son sus últimas publicaciones editadas en castellano.

Para ejemplificar el grado de indefensión a que hoy se exponen los periodistas, Anderson recordó una de las entrevistas que hizo en Río, con un jefe del narcotráfico, rodeados ambos por doce guardaespaldas del líder, preparados para disparar ante cualquier irregularidad. El narco le preguntó a Anderson para qué le servía a él hablar con la prensa, en qué lo ayudaba darle información, qué beneficio sacaba. Anderson reconoció para sí mismo que el narco tenía toda la razón: hablar con la prensa no le convenía desde ningún punto de vista. “No podía contestar nada a su pregunta. Entonces me di cuenta de que la conversación se había terminado, y de que el narco sólo estaba decidiendo si me mataba o no”, recordó.

El panorama para el periodismo no es alentador, subrayó. Recordó la impunidad con que en México matan a los periodistas. “Uno puede llegar a negociar sobre cuestiones ideológicas, incluso con un extremista musulmán. Pero con un criminal, no se puede negociar. No le importa la vida de los demás. Y el periodista, como informador de la sociedad, es el primero al que hay que matar, el ingrediente más incómodo. Ante el temor, el silencio. Si los estados no toman cartas en el asunto, para el periodismo se avecina una edad de hielo”, dijo.

Y terminó preguntándose, si se legalizara la droga y los narcos perdieran su negocio esencial, qué pasaría con esa enorme masa de criminales sin recursos, que sólo en Río son 200 mil. ¿Se volverían acaso hacia la revolución?

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