¿Quien es Julio Galán?
por Victoria Verlichak*

A los 38 años, el mexicano Julio Galán es uno de los artistas contemporáneos más prominentes de la escena internacional. Reconocido desde hace años, tanto en México como en Estados Unidos y Europa, su trabajo llega por primera vez a la Argentina.

Su obra es un asalto al espíritu, a las emociones. Desde su espléndida, dolorosa y sensual pintura el artista habita la contradicción, se complace en la ambigüedad. Se muestra y se esconde a la vez. Es capaz de exhibir hasta sus vísceras mientras hace crecer el enigma. Ejecuta una pintura desaforada cargada de dramatismo, solo aliviada por toques de humor.

Galán nació el 5 de diciembre de 1959 en Múzquiz, Coahuila, una región minera y ganadera merodeada por osos, donde vivió con su familia hasta los nueve años. A partir de entonces, sus padres decidieron trasladarse parcialmente a Monterrey e instalaron una nueva casa para que sus hijos pudiesen estudiar en institutos privados.

Siempre supo lo que quería. Desde pequeño inventaba, escribía, pintaba y filmaba. Era increíblemente decidido. Guillermo Sepúlveda, su primer galerista, le contó al escritor Sergio Pitol que recuerda haber visto varias veces a Galán de niño. "Un inmenso automóvil se detenía ante la galería, él bajaba, entraba, no saludaba a nadie, no preguntaba ni comentaba nada, veía largamente uno o dos cuadros, hasta el momento en que su chofer entraba para recordarle que era hora de marcharse" (1). El galerista no sabía que ese chiquilín de casi diez años que visitaba la galería, muy bien vestido y en silencio, se presentaría tiempo después con una pintura bajo el brazo. Fue allí mismo que Galán hizo su primera muestra a los 21 años, en 1980.

Un episodio sucedido hace varios años parece describirlo ajustadamente. Ante el espanto que le causaba encontrarse con los rostros ansiosos de los concurrentes a la inauguración de una de sus muestras en Nueva York, decidió ir de incógnito, vestido de mujer. Nadie se dio cuenta. Quiso resguardarse, todos pensaron que había faltado a la cita. Confiesa ser tímido y dice que por eso a menudo se disfraza para no ser reconocido. Claro, a esta altura también todos saben que es un excéntrico. En su pintura, entretanto, se oculta detrás de su infancia, adolescencia y distintas rencarnaciones.

Además de su timidez, parecen existir otras razones para este juego, como las esgrimidas por Octavio Paz, en su clásico de clásicos. "Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad"(2).

El artista se retrata incansablemente. Ofrece su rostro, su cuerpo. Pinta sus ojos. Pero, no nos mira, se mira a sí mismo. "Narciso pinta su imagen, no por estar enamorado de sí mismo (a lo mejor sí), sino por apasionarse con un procedimiento: capturar su reflejo y recrearlo y decorarlo y ponerlo a sufrir o hacerlo que contemple a distancia su inspirador. Darle nueva vida al reflejo: transformar el modelo original" (3).

Mexicano hasta la médula, lejos de sentirse limitado por su herencia cultural y religiosa, desafía los estereotipos que le asigna la mirada de afuera. Lo hace precisamente utilizando elementos que automáticamente son asociados con su país de origen. Imágenes y objetos de la infancia, adornos queridos, íconos católicos, cintas de colores, chucherías escogidas en mercados de pueblo, mascotas, motivos del arte popular, constituyen su galería de referencias.

Actualmente Galán sigue viviendo en Monterrey -una rica ciudad industrial muy próxima a los Estados Unidos- donde es todo un personaje. Trabaja rodeado de miles de objetos, desde ositos de peluche hasta valiosas antigüedades. Sabe que el gusto por coleccionar cosas buenas se lo debe a su madre y a su abuelo Adolfo, quienes con sus hallazgos estimularon su natural imaginación. Las pavadas y los fetiches son divertimentos que reconoce como muy propios. Su casa está muy cerca de la de su hermana Sofía, la preferida entre sus cuatro hermanos y con quien mantiene una entrañable relación. Es la única persona que puede entrar en su estudio cuando trabaja, con frecuencia guiado -como dice- por un espíritu. Por eso a veces trabaja con los ojos cerrados.

Su padre, un ganadero dominante a quién Galán quiere y respeta enormemente, le impuso los estudios universitarios. Hoy le agradece la disciplina que adquirió durante sus cuatro años de estudio de arquitectura. Por suerte, fue fiel a sus deseos primeros y a la insistencia de su hermana Sofía. Nunca dejó de pintar.

La ciudad de Nueva York -donde vivió casi siempre entre 1984 y 1990- fue su mejor escuela. El dice que sólo visitó una vez el circuito obligatorio de los museos y galerías y no más. Allí conoció a Andy Warhol pero quedó más impresionado por su estilo de vida que por su pintura.

Los comienzos de Galán en la gran ciudad fueron duros. La calle le dió miedo. Además de la precariedad económica en la que vivía tuvo que digerir el choque anímico y cultural que supuso el encuentro con la rapidez, la excitación y la depresión que le transmitió Nueva York. Agotado, después del primer año de residencia tuvo que tomarse unas vacaciones en México pero volvió enseguida ante la insistencia de una galerista compradora.

Los vínculos internacionales de Galán surgieron casi por casualidad. Una de sus obras fue colgada en Palladium, una disco que hacía furor en los años Ochenta. A partir de entonces los galeristas de Nueva York, Amsterdam, Milán, vinieron solos. Pero, el rápido reconocimiento que logró, en paralelo con su distinguida carrera en México, no tiene nada de accidental. Se sostiene por una poderosa e inquietante obra -óleos, pasteles, collages, esculturas, objetos- que lejos del comentario social, ahonda en lo psicológico y se pierde en lo espiritual.

Formal y temáticamente, la suya no es una pintura complaciente. Impregnada de sexualidad y excluyendo a propósito categorías tajantes, cruzando géneros y con la infancia alternativamente como paraíso o cárcel, su obra perturba tanto por lo que muestra como por lo que se intuye. Por eso, es interesante destacar que su primera individual en Nueva York fue en 1985, en el Consulado de México, antes de saltar ese año a la Art Mart Gallery, a la galería Barbara Farber en Amsterdam en 1986 y a Aninna Nosei en 1989. Además, con solo 32 años, junto a los maestros Vicente Rojo y José Luis Cuevas, Galán fue parte del envío oficial de su país a la Feria Internacional de Sevilla, en conmemoración del Quinto Centenario de la conquista y descubrimiento de América, en 1992.

Su rostro de niño y de adolescente se repite en su trabajo junto a los laberintos, fragmentos del cuerpo, animales, lágrimas, esferas -huevos, frutas-, líneas inconclusas. Pero además de la persistente angustia y melancolía, subyace la ironía y la búsqueda de un placer que dudosamente alcanza.

Con perforaciones en el lienzo y agujeros en lugar de rostros, textos en el anverso y reverso, objetos adosados a las telas, papeles y fotografías pegadas, cuadros asimétricos, este viajero en el tiempo persigue el deseo.

Distintos críticos lo han asociado con artistas como Max Ernst, René Magritte, Ferdinand Knopff, Andy Warhol, Francesco Clemente, Frida Kahlo, entre otros.

El recuerdo de Marcel Proust -que decía, que la felicidad es buena para el cuerpo pero es el dolor el que desarrolla las fuerzas de la mente- es inevitable por el desconsuelo y cierta malicia que los dos expresan. "Ambos obsesionados por la infancia, la adolescencia, el amor y la autobiografía" (4).

No quiere que lo comparen con Frida Kahlo. Es más, le molesta. "Muchas veces me dicen que la cercanía está en el dolor que reflejamos los dos. Estoy de acuerdo en eso, pero nada más" (5). Galán está un poco cansado de tener que aclarar que no representa sus sueños.

Por supuesto, que su obra es autoreferencial, pero, como un presentimiento, se nutre de muchas otras vertientes espirituales, sexuales y culturales. Cualquiera que haya vivido en México sabe de dónde proviene parte del fuego y el color, el fulgor y la violencia que se percibe en su trabajo. Pero la ternura y la agonía y el talento con que hechiza al espectador solo pertenecen al artista. Se lo merece, es un mimado de la crítica y el mercado.

Hay que verlas. El enorme poder de seducción de sus pinturas reside en que Galán se anima a preguntarse por lo prohibido. Las palabras no alcanzan a describirlo, pinta lo inalcanzable.

 

*Periodista, crítica. Autora de "En la Palma de la Mano".

(1) Sergio Pitol (Julio Galán, La lección del sí y el no, Catálogo exposición retrospectiva, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey. Museo de Arte Moderno. México, 1994).
(2) Octavio Paz (El laberinto de la soledad, FCE, 1983).
(3) Carlos Monsiváis (¿Quieres que te lo cuente otra vez?, Catálogo de Oro Poderoso, Galería Ramis Barquet-Robert Miller, NuevaYork, 1997).
(4) Fernando Treviño Lozano Jr.(Presentación, Catálogo exposición retrospectiva, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey. Museo de Arte Moderno. México, 1994).
(5) Entrevista de Luis Schneider (Julio Galán, En el hechizo de su universo, Grupo Financiero Serfin, México, 1993).

Bibliografía: Julio Galán, (Varios autores, Grupo Financiero Serfin, México, 1993). Murray Horne (Dark Music, Catálogo, Pittsburgh Center for the Arts, 1993). Julio Galán, Exposición retrospectiva (Varios autores, Catálogo, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey. Museo de Arte Moderno. México, 1994).