La Arquitectura Italiana en la Argentina SIGLOS XVIII / XIX
por Arq. Gustavo A. Brandariz
¿Cual fue el aporte italiano a la arquitectura
Argentina? con los italianos y con el arte y la
técnica arquitéctonica italiana, la
arquitectura argentina adquiere un refinamiento y una
perfección nuevas, como si la formula de Leonardo el
"obstinado rigor", fuera la ciencia secreta de cada
arquitecto, de cada constructor, de cada albañil. "¿Italia?: Es un país joven, ¡más reciente que la Argentina!". Con estas palabras, no exentas de fina ironía, empezaba una de sus conferencias en
Buenos Aires uno de los mayores expertos italianos en
preservación de arquitectura monumental. En realidad,
el propósito de su afirmación era el de
sorprender a quienes lo escuchaban, para cuestionar unos
conceptos muy difusos y excesivamente esquemáticos
acerca de la italianidad. Obviamente, la idea de imaginar a
Italia sólo a partir de la Unificación,
parecía abusiva: de ese modo quedaban afuera el Arco
de Cagnola, el Teatro Alla Scala, las ondulaciones
místicas de Borromini, las fastuosidades de Bernini,
las sutilezas de Palladio, los Duomos etéreos de
Miguel Angel y de Brunelleschi, el gótico de
Milán y el románico de Pisa, San Vitale y
Santa Costanza, y, por supuesto, el Panteón y el
Coliseo. Pero ¿a qué deberíamos entonces,
llamar "arquitectura italiana?". ¿Cuáles son sus
contornos y sus señas? Hablar de "arquitectura
italiana", como de "arquitectura argentina" es incurrir en
una generalización, y, por consecuencia, una
simplificación. Y sin embargo, hay algo
indubitablemente muy "italiano" en buena parte de la
arquitectura y de los paisajes urbanos que se construyeron
en la Argentina durante períodos muy importantes de
su historia.
ANTES DE 1810 Germán Arciniegas ha escrito largamente acerca de la
"Europa Precolombina" (1), haciendo un juego de palabras muy
intencionado. Europa y el mundo cambiaron mucho con la
aparición en escena de América, el continente
descubierto por el navegante genovés. Pero la idea de
América, no es tanto un hallazgo colombino como una
invención de Vespucci, una creación
intelectual típica del Quattrocento florentino.
América nació como un ensueño imbuido
de italianidad. Al menos esa fue la América que
descubrieron muchos europeos cuando se enteraron de la
aparición del Mundus Novus. La conquista de América, en cambio, fue otra cosa: el
siglo de Hernán Cortés y de Pizarro ya no era
el de Brunelleschi y de Lorenzo el Magnífico, sino el
que seguía a Maquiavelo. Al sueño florentino
siguió la realidad dura de la ocupación
territorial, pero también, la fundación de
ciudades y la construcción de edificios, modestos al
principio, pretenciosos después. En la Argentina, en
donde nada podía compararse con el Templo del Sol o
el Cuadrilátero "de las Monjas", la arquitectura de
los conquistadores fue, hasta la llegada de los Jesuitas,
casi tan pobre como la indígena. Entonces, sí:
en sus cuarenta pueblos de las Misiones Guaraníticas,
los Jesuitas elevaron templos grandiosos, sumando a la
delicadeza de los artífices neolíticos, la
cultura de los maestros europeos. Entonces, si: arquitectos
italianos, jesuitas por devoción y artistas por
vocación, como Brassanelli, erigieron templos de
dimensiones inesperadas y principios profundamente
barrocos. Brassanelli era jesuita e italiano como Prímoli y
trabajó como él en las Misiones. Pero
Prímoli también trabajó en Buenos
Aires, como Andrea Bianchi, con quien vino en 1716. Pero
Bianchi había nacido en el Cantón Ticino (2).
De todos modos, la italianidad de Bianchi es muy profunda:
formado en Roma, entre los discípulos de los
discípulos de Bernini, admirador de Borromini, fue el
más grande arquitecto que trabajó en la
Argentina antes de 1810, y el más italiano. El
pórtico de la Catedral de Córdoba, el Cabildo
de Buenos Aires, la Iglesia del Pilar y la de San Telmo, son
buenos testimonios del arte del maestro romano -
ticinés.
DESPUES DE 1810 Si Bianchi, suizo, era artista de ideas italianas, Carlo
Zucchi, italiano, fue artista de ideas francesas (3).
Zucchi, revolucionario en Italia, formado en París,
llegó cargado de ilusiones al Buenos Aires del tiempo
de Rivadavia. Hubiera sido el gran arquitecto
neoclásico de la Argentina si el país no
hubiera sufrido sus catástrofes políticas.
Caído Rivadavia, Zucchi fue también cayendo
lentamente en una espiral de desdichas y olvido, sólo
acabadas siglo y medio después, al descubrirse su
archivo en un repositorio de su Italia natal. La Argentina "bárbara" que apostrofaba Sarmiento,
empezó a "civilizarse" después de 1852, cuando
en la batalla de Caseros, Urquiza derrotó a Rosas,
inició el proceso que llevó a la
libérrima Constitución de 1853 y abrió
las puertas al comercio internacional, a la cultura
universal y a la inmigración. O quizás
empezó antes, cuando el propio Urquiza,
todavía Gobernador de Entre Ríos, abrió
su Provincia a las nuevas ideas: las de los miembros de la
"Joven Argentina", reflejo mazziniano en el Plata de la
"Joven Italia". Entonces algunos de los garibaldinos
exiliados en la Banda Oriental, pasaron a Entre Ríos.
Entonces el garibaldino Fossati se convirtió en el
arquitecto de Urquiza y llevó al modesto Palacio San
José de Jacinto Dellepiane a la escala actual.
Entonces, por primera vez, las sutiles arquerías
florentinas de Brunelleschi, pasaron a recortar el paisaje
rural entrerriano. Con Fossati y Danuzio, el arquitecto
garibaldino de la ciudad de Paraná, el Neo
Renacimiento italiano se convirtió en el manifiesto
arquitectónico de los tiempos nuevos que empezaban
para el país (4).
ENTRE 1852 Y 1880 En los años siguientes a la batalla de Caseros, la
arquitectura argentina vivió una muy profunda
transformación. Rápidamente, el país
pequeño de los tiempos "coloniales" se fue dilatando.
El crecimiento, en lo arquitectónico, tuvo el sello
italiano. En un artículo publicado en 1879,
Sarmiento, primer historiador de nuestra arquitectura,
recordaba lo sucedido en tiempos de la Presidencia de Mitre:
"El arquitecto empieza a sustituir al albañil; los
brazos abundan; la prosperidad crece y aún los
albañiles son de ordinario italianos e introducen
modillones, molduras, frisos dentados, arquitrabes y
dinteles salientes". Pero hay algo más: Sarmiento,
siempre polemista, se alegraba del hecho. Había
empezado su escrito diciendo que "lo que distingue al hombre
de la bestia es su facultad de cambiar de formas
arquitectónicas"; por lo tanto, al dejar el "estilo
colonial" y abrazar el "estilo italiano", como país
nuevo, estábamos demostrando nuestra verdadera
condición humana. Sarmiento, como Alberdi,
Gutiérrez y Mitre, era italianófilo en materia
artística y ello no ha de sorprender. Para los
románticos progresistas, el quattrocento florentino
era, en sí, un símbolo de la libertad
intelectual. La arquitectura italiana, por lo tanto,
sería el símbolo de la nueva libertad civil de
la Argentina (5). Seguramente por esas razones Sarmiento no dudaba en elogiar
las obras de Nicolás y José Canale, cuya
cúpula de la Iglesia de Belgrano comparaba con la de
Miguel Angel. Seguramente por esas mismas motivaciones
Alberdi llamaba a Fray Luis Giorgi, "el Miguel Angel
argentino". Seguramente esos eran también los motivos
que impulsaban a Juan María Gutiérrez a becar
a Jonás Larguía para que estudiara
arquitectura...en Italia. Italianos fueron en aquellos años los edificios de
las escuelas sarmientinas que empezaron a poblar ciudades y
campaña para llevar educación y prosperidad a
todos los confines del país. Italianos fueron los
edificios de los hospitales, que empezaron a mejorar la
atención de la salud. Italianos fueron los templos,
como el de Monserrat, la Catedral de Paraná o la de
Rosario. Italianos fueron los edificios públicos como
el de la Municipalidad de Belgrano. E italianas fueron las
primeras mansiones que empezaron a construirse en aquellos
años, como el Palacio Miró, que estaba en la
actual Plaza Lavalle. Italiano fue el "estilo" de edificios
proyectados por arquitectos italianos, argentinos,
franceses, ingleses... Taylor hizo del Palacio Muñoa
un Palacio florentino en versión "Italianate
Revival". Prilidiano Pueyrredón le hizo una "villa"
italiana a su amigo Azcuénaga, la que hoy es
residencia presidencial en Olivos. Los Cánepa,
Caravati (6), Col, Arnaldi, Scolpini, y muchos más,
poblaron de edificios "italianos" las capitales de las
Provincias (7). La gran inmigración trajo a los
albañiles italianos que llevaron el sentido de la
proporción, de la belleza y del arte hasta los
más olvidados rincones del país. Por todas
partes se elevaron casas de patios pompeyanos, con
pilastras, cornisas, frontones y arcos de medio punto, como
si de repente toda la Argentina se hubiera convertido en una
sola gran Provincia con capital en Florencia.
ENTRE 1880 Y 1900 Entre 1852 y 1880 la Argentina creció
rápidamente, pero ese crecimiento no fue sino la
preparación para el gran salto que convirtió a
la nueva República, entre 1880 y 1910, en la "Tierra
de Promisión" pintada por Alice. En 1900, la Buenos
Aires romántica legada por los garibaldinos y sus
seguidores, apenas parecía un embrión de
ciudad. La Cúpula de Belgrano, una proeza
arquitectónica de los Canale en su tiempo, era apenas
un edificio pequeño en comparación con las
nuevas construcciones. En 1881 llegó a la Argentina Carlos Morra y cuatro
años después lo hizo Francisco Tamburini (8).
Sus figuras son claramente representativas del gran arte
italiano, trasladado a la Argentina. En sólo seis
años, Tamburini otorgó a la arquitectura
oficial de la Argentina una marca tan importante que
aún hoy se asocia a su arquitectura con los
símbolos arquitectónicos del Estado Nacional.
Carlos Morra realizó una obra técnica tan
decisiva que por largas décadas su herencia
modeló las conductas profesionales de quienes
continuaron su labor. A ellos habría que sumar una
larga lista de discípulos de Tamburini y una lista
aún mayor de colegas, tan italianos como ellos, que,
a lo largo y a lo ancho del país llevaron la
italianidad a la mayor parte de la edilicia monumental de su
tiempo. Por ejemplo, la vasta producción de Juan
Antonio Buschiazzo tiene, aun en su eclecticismo rasgos tan
italianos que no dejan de llamar la atención (9). Si a Tamburini se deben la forma actual de la Casa Rosada,
el Banco de Córdoba, y el incomparable Teatro
Colón, a Morra le cupo dar forma ideal a la escuela
pública a través de su obra maestra, la
"Presidente Roca" (10). Ambos, Tamburini y Morra, formados
en un ambiente intelectual neo renacentista y protagonistas
de un tiempo más heterodoxo, tenían una
sólida formación científico -
técnica y una aún más sólida
postura ético social: arquitectos, profesores,
propulsores de la ciencia, de la filantropía
argentina e italiana, volcaron su saber y su pasión a
la tarea de construir edificios e instituciones para una
república abierta a todos los vientos del progreso.
Maestros en geometría descriptiva y maestros en
geometría moral.
EN 1900 En 1903 Morra terminó la Escuela Presidente Roca.
Cinco años después, con el estreno de
Aída, quedaría inaugurado el Teatro
Colón, motivo de los sueños más
esperanzados de Tamburini, que había muerto mucho
antes, en 1890. En 1901, el nuevo Hospital Italiano de
Buschiazzo reemplazaría definitivamente al anterior
edificio, obra de Fossati y Canale. En 1906 quedaría
habilitado el Palacio del Congreso, proyectado por
Víctor Meano en 1895. Y en cada barrio de Buenos
Aires, o en Concepción del Uruguay, Mendoza,
Tucumán o Misiones, centenares, miles de casas
"italianas" como las que elogió Le Corbusier en 1929,
otorgaban a sus habitantes y a las ciudades una calidad de
vida en la cual la belleza y la armonía eran los
rasgos dominantes. ¿Cual fue el aporte italiano a la arquitectura
argentina?. Con los italianos y con el arte y la
técnica arquitectónica italianas, la
arquitectura argentina adquiere un refinamiento y una
perfección nuevas, como si la fórmula de
Leonardo, el "obstinado rigor", fuera la ciencia secreta de
cada arquitecto, de cada constructor, de cada
albañil: arquitectos como Tamburini, cuyo Teatro es
una obra cumbre, constructores como los Besana, que
levantaron el Palacio del Congreso o albañiles como
Gaspare Pedroni, el padre de José Pedroni, quien lo
evocaba en su poema "Nivel":
Este es el nivel de mi padre; su nivel de albañil. Tiene una gota de aire.
Mi padre está hecho polvo. De aquel hombre ya no se acuerda nadie. Vive conmigo cada vez más solo en esta gota de aire.
Soledad y olvido, pero no sin esperanza. La
arquitectura, también es dación,
desprendimiento personal, legado al futuro. Y
perduración, en tanto se valore la herencia
recibida:
Todas las casas de mi pueblo, todas las casas de antes; todo perdurará mientras perdure esta burbuja de aire.
En esas casas anónimas, en esos palacios
monumentales y en esas escuelas, iglesias y hospitales tan
italianos que aún se elevan sobre el suelo argentino,
también está una parte importante de nuestra
identidad. Son tan nuestros como italianos, son parte de
nuestra historia compartida y símbolos de un
pacífico y feliz vínculo fraternal.
BIBLIOGRAFIA (1) Arciniegas, Germán. El revés de la
historia. Buenos Aires, Sudamericana, 1985. (2) Sobrón, Dalmacio H. Giovanni Andrea Bianchi.
Buenos Aires, Corregidor, 1997. (3) Aliata, Fernando. Carlo Zucchi, ingegnere e architetto.
Reggio Emilia, Archivio di Stato, 1993. (4) Shmidt, Claudia. Juan A. Buschiazzo. Un profesional
entre la arquitectura y la construcción. "Cuadernos
de Historia del Instituto de Arte Americano de la FADU -
UBA, Nº 6". Buenos Aires, IAA, 1995 (5) De Paula, Alberto. La obra de Francesco Tamburini en
Argentina. Buenos Aires, Museo de la Casa de Gobierno,
1997. (6) Brandariz, Gustavo A. Presencia italiana en la
arquitectura argentina. "Italia en Argentina. L'Italia in
Argentina". Buenos Aires, Manrique Zago, 1995. (7) Brandariz, Gustavo A. El aporte italiano a la
arquitectura argentina. Revista "Todo es historia", Nº
344. Buenos Aires, marzo de 1996. (8) Trecco, Adriana; De la Rua, Berta; Ortega, Ana M.R. de;
Pupich, Laura A. de. Presencia italiana en la realidad
arquitectónica de Córdoba. Córdoba,
Mayúscula, 1995. (9) Pérez Fuentes, Gerardo. El arquitecto italiano
Luis Caravati en Catamarca. Catamarca, 1994. Edición
del autor. (10) Brandariz, Gustavo A. Carlos Morra y la arquitectura
educacional. Trabajo presentado al Primer Congreso
Internacional "Presencia Italiana en la Argentina" (San
Miguel de Tucumán, septiembre - octubre de 1987).
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