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DANIEL MOLINA invita a:

Matías Duville, Fabian Bercic, Gabriela Forcadell, Cristina Schiavi, Julián Gatto

Una visión zen

Cuando acepté participar de MIX 05 todo parecía fácil. Salvo unas lógicas y mínimas limitaciones, la libertad que me daba Proa era casi absoluta. El problema surgió cuando comencé a pensar en qué artistas (qué obras, qué lenguajes) me interesaba invitar a exponer aquí. Porque MIX 05 pretende ser uno de los mapas posibles de las nuevas tendencias artísticas. Y nadie tiene la clave de qué es lo nuevo.

Hay una confusión masiva y persistente cuando se trata de pensar lo nuevo. Lo más común es que se recurra a lo novedoso o lo que está de moda. Y generalmente parece novedoso lo que se hace sobre soporte no tradicional.
A esa confusión, que surge de la ignorancia, se le agrega otra confusión que nace del fetichismo: se identifica renovación estética con innovación tecnológica. Se piensa erróneamente que mientras más “avanzado” es el soporte más “nueva” es la obra que se produce con él.
Es cierto que semejantes despropósitos son posibles casi únicamente en el campo de las artes visuales. En literatura nadie cree que algo es interesante sólo porque está escrito en una computadora.

Mallarmé y Whitman sentaron la base de la poesía moderna usando las formas más tradicionales: el soneto (una forma literaria que es aún más antigua que la pintura al óleo) y el versículo bíblico (más antiguo aún que los frescos medievales o los mosaicos bizantinos). Borges, por su parte, produjo un universo nuevo dentro de los géneros más tradicionales: el relato policial o el cuento fantástico.
Lo realmente nuevo suele verse a posteriori. Se podría escribir una historia del arte tomando en cuenta las fallidas apuestas contemporáneas de los críticos que creen ver lo nuevo bajo la forma de lo novedoso. Nada ha envejecido más rápido que las vanguardias.
Los verdaderos innovadores no posan de innovadores. Del arte puede decirse lo que Confucio dice del Sol: a pesar de ser siempre el mismo, siempre renueva la vida. Así, lo nuevo del arte, lo que lo renueva, se manifiesta en lo sutil. Se ve en los intersticios. No parece nuevo: lo es.

Por eso, por la sutileza intersticial de sus obras en emergencia, elegí estos cinco artistas: Gabriela Forcadell, Fabián Bercic, Julián Gatto, Cristina Schiavi y Matías Duville. Son tan diferentes que me llama la atención que pueda discernir algunos rasgos que, me parece, los atraviesan a todos.

Son potentemente visuales. Eso quiere decir que no se puede “contar” lo que hacen, sino que hay que verlos. Esta potencia visual es toda una subversión en momentos que la mayoría de las obras “novedosas” se hacen para ilustrar discursos teóricos.
Son artesanales, manuales. Recuperan la sensualidad del dibujo. La sensualidad del hacer algo a mano, incluso cuando recurren al ploteado o a la caja de luz. Su arte es una construcción, un trabajo que produce placer.
Son sutiles. Saben trabajar con el blanco de la hoja, el blanco de la pared, el blanco que aparece en filigrana en la oscuridad de la sala de video. El blanco es esencial, ya que crea el espacio. Sin blanco no hay lapso entre obras. Se borra el paso de tiempo: el período antes de morir. La vida.
Su estética es una ética. Son artistas. Es decir, saben que ningún dios les otorgó un don especial que les permita liderar el movimiento social, iluminar a los desorientados, develar alguna verdad oculta o secreta. Son artistas. Producen arte: una multiplicidad de sentidos que ninguna palabra puede abarcar. Su ética es su estética.
Son zen. Trabajan en la perfección sin buscar la perfección. No hablan: hacen. No promulgan, dibujan. La sutileza de sus obras remite a un silencio esencial. Ese del que nace la belleza.
Todo lo demás los diferencia. De sus obras hablan sus obras. A su manera, cada uno de ellos hace un mundo que mejora el mundo.

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