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La obra que hice para la muestra es un buen ejemplo
de mi forma de trabajar: hay una consigna, pero también cosas que
yo traía de antes, temas que me interesa investigar. Yo venía
con la idea del agua, y la ópera de Verdi tuvo una cosa de pasión
sumergida¹ porque hubo muchos problemas para estrenarla. Fue enviada
desde Europa a Boston, y ese dato me hizo pensar: "en el envío
se hundió". Quise aludir a ese viaje, a lo que está
sumergido y de repente aparece. (JF)
Entrevista a Jorge Ferrari por Eva Grinstein
En pleno San Telmo, la casa de Jorge Ferrari acaba de transformarse con
la incorporación de Rocco, un cachorro color arena que resulta
deliciosamente distractivo durante la charla. La conversación es
distendida y agradable, Jorge disfruta eligiendo sus palabras y confirma
una oculta sensibilidad de escritor que hace poco ha comenzado a explorar.
Otro de sus proyectos latentes es el armado de un taller para escenógrafos:
subiendo una escalerita hay un estudio que planea refaccionar para convertirlo
en lugar de trabajo; mira la terraza y comenta al pasar que antes esa
misma casa fue de Sarudiansky. Hay algunas tensiones que no pierden vigencia
a pesar de ser antiguas, por ejemplo "poesía versus función".
Las opiniones que vierte Ferrari revelan que en su caso la generación
de espacios e imágenes toma partido por la libertad del arte.
- ¿Te interesa la dimensión conceptual o reflexiva de
tu trabajo?
- Yo creo que el arte es arbitrario. Las imágenes que uno tiene
funcionan para determinadas cosas, trato de dejarme lo más libre
posible para usar el texto también como experimento para mis ideas.
No puedo justificar mucho lo que hago, por lo general la justificación
aparece después. No es que "tengo que representar la enfermedad
y para eso hago una diagonal que atraviesa el espacio", trato de
tener una conexión con los problemas que plantea el texto. Después
empiezo a conceptualizar, pocas veces parto de un concepto. Trato de que
aparezca la imagen.
- ¿Cómo es, en tu caso, el proceso inicial?
- Recibo el texto y hablo con el director. Después me parece central
ver el espacio, conocer el proscenio y la embocadura para ver qué
se puede hacer. Hay un plano técnico que hay que tener en cuenta.
En Liederkreis había un piano que tenía que moverse, pero
a mí también me atraía la cuestión romántica
del paisaje, o la locura de Schumann. Hice una estructura circular que
giraba, y al fondo metí unos troncos verdes dentro de cajas transparentes.
Había una alusión al bosque, a la pasión. Yo no sé
alemán, pero la puesta funcionó. Quiero decir: cuando uno
está bien comunicado con el equipo aparecen estas cosas muy ricas.
Es un engranaje donde no hay dueños de las ideas.
- ¿Disfrutás del trabajo en equipo?
- A mí me gusta mucho, estoy acostumbrado también al cine
donde siempre trabajo con mi socio, Mario Roust. En el cine siempre compartimos
la tarea, en el teatro no tanto. El cine, a pesar de su impronta plástica,
suele estar más connotado con lo real: es una gran ilusión
que trata de parecer "la vida". La organización de la
imagen es más parecida al sueño que a la realidad, por corte
se pasa de un lugar a otro y de un tiempo a otro. En el teatro, en cambio,
está más permitido no reproducir realísticamente
la realidad, o en todo caso es una decisión. No me gusta desnaturalizar
las cosas, y en lugar de un arte de imitación prefiero uno de alusión.
En el cine la imitación es la característica principal,
el teatro es otro plano.
- ¿Es posible conservar una estética personal en el trabajo
compartido?
- Lo bueno que tiene la escenografía es que te permite tener un
sello de autor de una manera laxa. A mí no me preocupa la "coherencia":
estreno un vestuario para Ana María Stekelman y al minuto algo
de Florencio Sánchez, y las dos cosas me representan absolutamente
y en las dos hay un estilo. La búsqueda existe y está muy
asumida, pero no me obsesiona. Me gusta lo geométrico, me gustan
los planos y el color, a veces estoy trabajando en dos o tres cosas al
mismo tiempo y no tienen nada que ver una con otra. A veces hago cosas
muy comerciales donde sé que termino cambiándoles la cabeza
e imponiendo lo que me gusta: creo que aún ahí puede aparecer
mi estilo. Sé cómo eludir las imposiciones, no voy a transar
con una cosa rococó y llena de voladitos sólo porque se
trata de un musical infantil. Si me piden que copie algo de afuera no
lo voy a hacer de un modo literal.
- ¿Es débil el límite entre cita, copia y fuente
en escenografía?
- Copiar es copiar. Pero yo no sé si no ví alguna vez una
caja de acrílico transparente que me quedó en el imaginario
y aparece cuando estoy pensando un trabajo. Lo que uno vé en fotos,
muestras o instalaciones siempre sirve como fuente. Cuando empiezo un
trabajo siempre me gusta encontrar un pintor que me atraiga en relación
con el texto; no me propongo reproducir un cuadro sino encontrar un espíritu
de color, un aire. Hacer un cuadro viviente sería muy kitsch, pero
en la plástica hay cosas que te ayudan.
- ¿Tus fuentes pertenecen siempre a la cultura "elevada"?
- No necesariamente. Me atrae la cultura popular aunque muchas veces no
la entienda. Yo no entiendo la cumbia villera, y sin embargo es un mundo
donde hay algo potente, algo que late y se está expresando. Hay
algo que me interesa mucho y son los géneros, cuando empiezo una
obra me meto en el género para poder hacer mi propia lectura. Si
es un melodrama no hago el típico patio con malvones del teatro
argentino, pero tampoco trato de eludir los rasgos propios del género.
Si hago un show también, es la base que me sirve para no estar
yo tan directamente, para poder colar mis cosas. Después también
hay lineamientos desde lo técnico que condicionan u orientan el
trabajo, uno parte de lo general y después particulariza.
- ¿Los avances tecnológicos se filtran hoy en tu modo
de hacer escenografía?
- Yo no conozco demasiado, pero creo que incide. En un punto me parece
que es peligroso. Como todo: tiene que ser una herramienta, pero es tan
válido el telón pintado como una proyección, siempre
y cuando uno utilice lo que realmente siente que tiene que usar. No creo
que haya que rendirle demasiada pleitesía a la técnica.
Sí hay que conocerla, pero no soy un fanático de las computadoras,
si necesito un plano prolijo le encargo a alguien que me lo haga en Autocad.
A mí lo que sí me maravilla de la computadora es el e- mail,
poder recuperar la tradición de la carta. El mail recrea la epístola
pero sin la densidad de la carta, uno escribe con una instantaneidad genial.
Y sirve mucho para mantener actualizada la relación con amigos
y colegas de afuera. Es buena para acercarse, para comunicarse con el
otro.
- ¿Qué rol juega en tu trabajo "el otro" del
teatro, el espectador?
- Hago el esfuerzo de no hacer un estereotipo de mí mismo. Trato
de no hablarle a un grupo que me va a "entender", trato de huír
de ese pensamiento frívolo de decir "bueno, somos un grupo
de intrépidos que nos entendemos". Eso lleva a una visión
estereotipada. Sé que tengo un temperamento contemporáneo
y moderno, no trato de hacerme el moderno. No hay que forzar nada. Creo
que mis obras, en la dicotomía clásico/barroco, son clásicamente
modernas. Me interesa no ser modernoso, no pasarme de vivo, no enviciarme.
Si hay algo que me gusta del arte es la gracia, y el estado de gracia
se impone como algo leve que te llega, sin tensión. Aunque soy
totalmente controlador, lucho todo el tiempo para que en mis obras no
aparezca la tensión de "esto me tiene que salir maravilloso".
No es humildad, es más ambición. Es muy difícil:
todos nos expresamos para que nos entiendan y nos amen, hay una enorme
necesidad de público pero hay que cuidar que esa necesidad de exhibición
no sea condescendiente.
- ¿Te parece que el reconocimiento que ha tenido y tiene tu
obra es justo?
- Me encanta que mis trabajos se entiendan a nivel poético, que
lo que hago le sirva al otro para imaginar algo. Lo del reconocimiento
es muy raro: yo no me doy cuenta de que me reconocen, creo que no me conoce
nadie, pero de repente no me nominan para un premio en el que supongo
me van a nominar y me agarra un ataque. No soy impermeable, pero hago
el esfuerzo de que lo que hago me guste a mí. A veces los críticos
interpretan exactamente lo opuesto de lo que uno quiso hacer, dicen que
2no está justificado tal elemento plástico". ¿Y
por qué hay que justificar todo? Justificar es achatar, es como
explicar la poesía. Creo que en general hay muy poca formación,
y también poca libertad.
- ¿Es posible revertir el problema de la falta de formación?
- Es como que la cultura pasó de moda. Mi generación se
caracterizó por darle tal vez demasiada importancia a la cultura:
si a los dieciocho no habías leído a Proust ya eras un retrasado
mental. Pero una cosa es quitarle peso al acervo, y otra es obviar el
teatro o los espectáculos, que son expresiones con un gran peso
cultural. Hay mucha banalización, parece que lo que no sucede en
una pantalla no existe. Empiezan a funcionar como sustantivos palabras
que eran calificativos, como famosos¹. Antes había que
hacer mérito, ahora cualquiera puede ser famoso. Yo trato de ser
poco prejuicioso, pero no aguanto un reality show ni cinco minutos. Me
parecen imbéciles que se la pasan haciendo nada durante horas,
una apología de la estupidez. La gente se entrega a la tele, van
a llorar por televisión y ya no se separa el ámbito público
del privado. Es, nuevamente, el peligro de la necesidad de público.
Los periodistas corren como locos para sacar la foto de un tipo adentro
de un auto, como si esa imagen tuviera algún valor. El peligro,
en este momento, es no ver.
- ¿Como artista sentís que te cabe la responsabilidad
de señalar estas cosas?
- Tengo un proyecto para empezar a dar clases, en el futuro voy a armar
un taller para que venga la gente a trabajar. Quiero hablar de lo que
me preocupa, quiero hablar sobre el ver. Con gente joven o que tiene el
deseo de aprender uno siente que vuelven muchas cosas, es muy satisfactorio.
También estoy pensando en dirigir cine y estoy escribiendo, porque
siento que puedo expresarme en otros planos que no sean puramente de la
imagen. Lo que tiene la escenografía en contra es que uno trabaja
por encargo, con tal presupuesto y en tal término. Esas cosas a
veces te quitan el placer, por eso quiero abrirme un poco y trabajar con
menos presiones.
- El cine estuvo presente en tu carrera desde un comienzo.
- Claro, en realidad se cierra un círculo, porque yo estudié
dirección de cine y nunca me imaginé que iba a hacer escenografía.
Después de estudiar cine en el Instituto me pusieron como asistente
de escenógrafos en publicidad, hasta que un día me dieron
una entera para mí solo. Estaba en el baile y bailé. De
hecho, hay muchas cosas de la escenografía que hoy no sé,
por ejemplo no soy buen dibujante. Sí me ejercité mucho:
me acuerdo que en mis primeros tiempos me la pasaba calculando las proporciones
y medidas de las cosas.
- ¿Reconocés referentes que te ayudaron en ese proceso
de ejercitación de la mirada?
- Yo miré mucho la obra de Sarudiansky, nunca tomé clases
con él pero siempre me resultó muy interesante. Cuando era
chico me gustaba también Claudio Segovia, ellos dos fueron probablemente
lo que más ví. Y, por supuesto, ver muchísimo cine
también fue fundamental.
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