Vitullo por Vitullo
{NOTA_BAJADA}

Adolescente, acostumbraba a visitar las obras en construcción donde las corporaciones de arquitectos, carpinteros y herreros, llegados a la Argentina, construían edificios y barrios de mansiones al estilo francés.
Inquiría, sondeando a algunos de ellos sobre el tema del arte, acerca de la vida que se llevaba en los "ateliers" de París, les preguntaba que pensaban de escultores como Rude, Carpeaux, Rodin. Todos estos temas que se encontraban en mí en un estado embrionario, iban afirmando día a día mi deseo de esculpir; tallar la materia dura que más se resiste al esfuerzo del hombre... todo ello me obsesionaba. Me matriculé en la Escuela de Bellas Artes de la calle Alsina.
Frecuenté constantemente el Museo del Retiro y su biblioteca. Visitaba los salones anuales de la calle Arenales.
Salía agobiado de inanición. Quería tallar, quería esculpir la materia pero no encontraba ni el lugar ni el ambiente propicio para realizarme.
Abandoné la Escuela de Bellas Artes. Ruptura total con mis padres. Vida en soledad, situación de incomprendido; viviendo la noche, huyendo del día, en un mundo hostil al arte y a toda ensoñación. Recorrí entonces todas las capillas del momento: escritores, poetas, autores dramáticos; ellos comenzaban a considerarme escultor aunque sin obras todavía.
Durante meses la pasión por nuestra tierra nos llevaba a las afueras de la ciudad, entre troperos, los gauchos con sus carretas, bueyes y picanas, mateando y churrasqueando entre dos bailes, gatos, malambos, estilos, lamentos y milongas.
Frecuentaba los cafés de la calle Corrientes donde se discutía acaloradamente de política, filosofía, teatro, artes; los profesionales habían constituído sus hogares lo que implicaba una vida ordenada, otros hacían periodismo lo que les llenaba la vida; pero los jóvenes como yo, nada: la "belle étoile".
Buenos Aires recibía el Monumento al Presidente Domingo Faustino Sarmiento, el Pensador: la figura de Auguste Rodin se erguía ante nosotros como la revelación más auténtica del siglo.
He visto mudos de admiración, de respeto y perplejidad. Fue entonces cuando me ungí con el signo de la cruz y desde ese día consagré mi vida a la escultura.
Años después llegaba a Buenos Aires el Monumento al General Alvear, de Bourdelle. Este escultor desconcertó en gran parte a todos los hombres que habían reservado a Rodin un lugar en sus corazones hasta el fin de sus días. Pero comprobé enseguida que nuestra pérdida se esconde en todo amor que termina en la rutina. 
Una vez en París sentí, sin poder expresarlo de entrada, que se había producido en mí un empezar, una toma de posición, que pedía situarse primero para luego conti-nuarse. Esa fue mi verdadera guía para penetrar en la naturaleza francesa de la que había sido informado en mi país durante los años de mi adolescencia.
Durante largos años visité el Museo Rodin intensamente hasta agotar el conocimiento de todo lo que me pudo inquietar en la vida de ese hombre-escultor.
Escuché la palabra cálida y substancial de Bourdelle que se presentó ante mí como el hombre mejor informado de nuestro tiempo y como el más capacitado para concebir el fundamento real de la escultura como arte mayor.
Durante años se fundió en mí el pensamiento de estos dos hombres, que tanto el uno como el otro han abierto nuevos rumbos a la escultura para continuar en el tiempo científico e insensible que nos toca vivir, las leyes de que esos dos hombres nos legaron.
Creo que siempre es necesario ajustarse a una medida, a una escala, para provocar el envión necesario para saltar al ámbito del tiempo espacial e hipotético. Llegué incluso a comprender la necesidad de la mentira cuando ella es necesaria para hacernos encontrar una verdad plástica sólidamente constituída.
Durante largos años me he mezclado de muy cerca al pueblo de Francia, de preferencia a la "vieja Francia", lo que interesa fundamentalmente a todo argentino.
Me he encontrado por diversas vías en contacto con compañeros franceses que han colaborado con esos dos maestros al trabajar para ellos en un intercambio de puntos de vista, siguiendo una tradición cuya naturaleza es la misma. También me he encontrado en esos trabajos de escultura con otros hombres pertenecientes a otras formas de representación quizás más atrasadas pero sinceras en cuanto a las fuentes de que provenían. Me he codeado con ellos, de cerca, el trabajo nos unía. He aprendido muchas cosas con esos hombres imbuídos de una honestidad a toda prueba y de una frescura rayana en la santidad. Fueron maestros indiscutidos para mí, que llegaba de un país nuevo donde hombres de esa calidad, naturalmente natural, sólo se encuentran entre los gauchos de nuestras pampas, cuyas vidas penden de un hilo frente a los elementos que hay que saber vencer para seguir subsistiendo.
Todos estos amigos escultores me hablaron en su idioma de los maestros que en su juventud habían escuchado, trabajando con ellos en todas las humildes tareas de cantera, así como las leyes que rigen el estilo románico de la primera época.
Lo que me parece formidable en estos hombres es que sus juicios formulados por su sensibilidad no se cerraban jamás ni siquiera ante lo absurdo; por analogía siempre llegaban a otorgar vitalidad a una forma.
Pasaron algunos años y siempre a través de la naturaleza francesa volví a encontrar la de mi país. La reconstruí día a día. Aún la de aquellas regiones de las que nunca pude conocer directamente la luz, el viento y la cordillera de los Andes. Esto se ha vuelto hoy alucinante para mí.
Toda mi escultura está concebida para enfrentar esos tres elementos esenciales de mi país.
El movimiento, esencia misma de toda escultura, se encuentra aprisionado en la contención de la llanura.
Es así como he pensado "El Cóndor" y lo he consagrado como el Pájaro rey de la Argentina. Campié "El Bagual", lo encontré en ese impulso frenético del potro que se juega entero en la defensa de su esencia primordial de su naturaleza nueva.
"Esfinge Pampeana". La inmensa horizontal donde el paisaje no encuentra la horizontal para vivir.
"El Plata". Nuestro río huyendo en la horizontal para encontrar el océano.
"Nahuel-Huapi". Todo en vertical, en esa región lacustre donde el paisaje de vegetación mineral gira en la elipse.
"Patagonia". Encogida sobre su fuerza para contener al viento y al frío en formas ancestrales.
"Malambo" La violencia de las imágenes que representan a este baile gaucho.
"Gaucho en el cepo". Extendimiento del movimiento en la estabilidad de la compulsión del hombre.
"Piedra Tumbal para el Gran Don José Hernandez". Al poeta, al bardo de los hombre libres que reposa entre sus "cacharpas" entre pampa y cielo.
"Monumento al poeta Martín Fierro". Nuestra catedral del espíritu argentino. He agrupado sobre un plano en forma de herradura cinco fustes en columna, siguiendo la forma del atuendo de los gauchos soportando la imágenes étnicas de una pampa austera en la sujeción y serena en su grandeza.
"Corazón de gaucho". El hombre y su oído avizor en la oscura confusión primordial.
"Monumento al Libertador, general Don José de San Martín". La forma transpuesta es el signo plástico de este conjunto. El hombre cóndor que lleva el peso de ese espíritu insaciable de liberación.
"Totem-Cautividad". El espíritu del fuste apunta hacia el cielo. el grito del estrangulamiento de las formas donde bestias y hombres pierden su universo.
"Antonin Artaud". Penetrado del jugo real de la tierra, realiza su destino de hombre cercado en las estrellas.
"Totem-Liberación". Pasajes interpuestos de formas reales y mecánicas en la caída y

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