Esta primera sala de la exposición hace referencia a la constitución social de la Argentina, en el delicado equilibrio entre la inmigración extranjera, la creciente vida urbana de Buenos Aires (modelada por los parámetros europeos), y la amplia diversidad cultural de las provincias. Toma como ejes dos expresiones de finales del siglo XIX: la famosa máxima de Juan Bautista Alberdi, “Gobernar es poblar”, y la controvertida tesis de Domingo Faustino Sarmiento desarrollada en su libro Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga (1845).
La fotografía cumple un rol fundamental en estos años registrando las transformaciones sociales, el crecimiento urbano, los progresos en materia de transporte y educación. En el ámbito de las burguesías inmigrantes, los retratos son instrumentos de preservación de las herencias culturales. Las fotografías contemporáneas, en cambio, atraviesan las fronteras de la Capital para ofrecernos su mirada sobre la extensa geografía sociocultural de nuestro país.
Esta segunda sala presenta tres escenarios protagonistas, en el marco de las crecientes oleadas inmigratorias y los esfuerzos de modernización de principios del siglo XX, en diálogo con las miradas renovadas en nuestro tiempo:
Por un lado la celebración del centenario de la independencia en la que el gaucho emerge como una figura emblemática en la iconografía argentina, y esa misma iconografía repensada en el siglo XXI, en la que el gaucho pierde algo de su inmaculada fiereza.
En contrapartida, los pueblos indígenas son retratados como elementos pasivos y exóticos, cosificándolos y resaltando su otredad hacia finales de 1890, mientras que en la lente de los artistas contemporáneos los pueblos originarios emergen como sujetos conscientes de su singularidad.
El tercer escenario es la construcción de la imagen de Buenos Aires como una ciudad moderna y la fotografía es uno de los medios artísticos que más ha contribuido. Entre las décadas de 1930 y 1950, la expansión de la ciudad porteña – en consonancia con la de otras metrópolis cosmopolitas avanzadas – inspiró el trabajo de numerosos fotógrafos que vieron en sus transformaciones un emblema del progreso cultural y social. En este contexto, la fotografía de prensa fue registrando los acontecimientos políticos más importantes y la figura de “Evita” -Eva Duarte de Perón (1919-1952)- obtuvo un tratamiento especial. Numerosos autores contribuyeron a la construcción de una imagen dual de la mandataria: como una celebridad elegante y como una política compasiva. Una imagen que se fue complejizando aún más con los años, y que todavía hoy es objeto de revisiones y reinterpretaciones continuas.
En esta sección se analizan fotografías vinculadas por un denominador común: la violencia social, a lo largo de diversos momentos en la historia política argentina y el acto fotográfico como un gesto político. Desde las imágenes del fotoperiodismo durante la última dictadura militar (1976-1983), luego las imágenes-emblemas de la crisis económica de diciembre de 2001 ante la medida bancaria de retención de los fondos de los ahorristas conocido como “corralito”, hasta los retratos del miedo en la actualidad de una sociedad armada hasta en su entorno más doméstico.
La acción de mostrar fotografías de personas secuestradas o “desaparecidas” durante la última dictadura militar fue empleada por las Madres de Plaza de Mayo como una forma de hacer presentes a sus familiares ausentes. Sin embargo, ellas representan, además, la profunda conmoción y desintegración de una sociedad vulnerada en sus derechos humanos y civiles por la violencia desmedida ejercida desde el Estado.
Años más tarde, la conmoción social y la injusticia toma otra forma de la mano de la economía. El catastrófico colapso financiero de 2001 provoca el cuestionamiento de los ideales nacionales del pasado, y da cuerpo a una nueva percepción de las desigualdades sociales, las violencias del Estado y las seguridades individuales y jurídicas que se extienden hasta las series fotográficas de la primera década del siglo XXI.
Durante las décadas de 1960 y 1970, el mundo del arte en la Argentina promueve una ruptura radical con las expresiones estéticas tradicionales. La inauguración de nuevos espacios dedicados a la experimentación – en especial, el Instituto Torcuato Di Tella y el CAyC (Centro de Arte y Comunicación) – da lugar al surgimiento del arte conceptual y al desarrollo de artistas intelectuales, quienes comienzan a generar obras en formatos poco convencionales, como performances, accioones e instalaciones.
Entre estas innovaciones está el gesto estético, en el cual, los artistas acuden a acciones y performances para mostrar o señalar sucesos, objetos y personas de la vida cotidiana, transformándolos en obras de arte. En este contexto, la fotografía toma forma de documento o registro, de testigo visual permanente para acciones efímeras y consiguen involucrar a los espectadores como participantes activos de las acciones artísticas, desdibujando la línea divisoria que separa la vida del arte.