Lágrimas de la luna 

por Carlos Martínez Sarasola

Cuentan los mapuches que la Luna, después de una gran disputa con el Sol derramó sus lágrimas, las que de tan ardientes, se convirtieron en plata. Los mapuches entonces la recogieron y la cuidaron a través de las fabulosas y mágicas formas de su platería.


Pueblo de pastores y agricultores, parte de la gran familia araucana, los mapuche ocupaban en tiempos precolombinos un vasto territorio a un lado y otro de la cordillera andina, en la parte meridional de lo que hoy son Chile y Argentina. Entre finales del XVIII y comienzos del XX, sus mujeres y sus caballos se adornaron con espléndidos e imaginativos collares de plata, álgido metal caído de la luna en forma de lágrimas para solidificarse relucientes en el verde océano herboso de la Pampa.

Los mapuches o gente de la tierra eran la población original prehispánica del actual territorio de Chile. En el siglo XVI ocupaban la región comprendida entre el río Choapa al norte y el archipiélago de Chiloé al sur. Picunches (norte), mapuches (centro) y huilliches (sur) eran tres grupos étnicos con unidad lingüística y cultural, a quienes los españoles llamaron globalmente araucanos. Sus orígenes son inciertos, incluso existen distintas hipótesis aunque ninguna comprobada; lo que no se puede negar es que entre el 500 y el 600 a.C. existen pruebas arqueológicas de una cultura que podemos identificar como mapuche.

Grandes cultivadores, especialmente de maíz y papa, los mapuches fueron denominados por algunos especialistas "horticultores y pastores del desierto sudamericano". En el norte, por el clima seco, habían incorporado sistemas de riego, mientras que en las tierras boscosas se quemaban los árboles. Practicaban también la caza de pumas, guanacos y aves, y en la zona de Chilpe, la pesca. Se dedicaban además a la cría de llamas, de las cuales utilizaban la lana para la vestimenta. Vivian en pequeñas aldeas y la vivienda (ruca) era de gran tamaño, rectangular y construida con maderas. Cada aldea estaba a cargo de un cacique o lonko y un conjunto de ellas constituía una unidad mayor al mando de un toqui, jefe supremo.

EI arte de la guerra estaba muy desarrollado y una estructura social jerárquica respondía a ella: jefes, guerreros, conjunto de la comunidad y cautivos. EI temple de la sociedad mapuche es legendario en su resistencia a los sucesivos invasores de su territorio: los incas, los españoles y finalmente el Estado chileno. EI rol de la mujer era muy particular destacándose en el chamanismo -hecho poco común entre los indígenas, dado que en general esta función es propia del hombre- a través de mujeres de gran prestigio, llamadas machi, que eran el puente entre este mundo y el reino de los dioses y los espíritus, además de ser eximias curadoras utilizando hierbas medicinales y complejos rituales medicinales que se sintetizan en la practica del machitun. No se agota aquí el lugar preponderante de la mujer: muchas veces cumplían funciones privilegiadas en las ceremonias tradicionales, dirigiendo partes centrales del ritual.

La cosmovisión mapuche es compleja, con un Universo (Eichen) que es el Todo, estructurado en cuatro partes, con distintos planos que corresponden al cielo, la tierra y el inframundo. EI número cuatro, omnipresente en las cosmovisiones originarias, no es aquí la excepción: el propio territorio estaba dividido en cuatro partes o mapu. Creen en la existencia de Nguenechén, dueño de los hombres y dominador de las fuerzas de la naturaleza a quien se le dirigían rogativas para solicitarle favores, como comida abundante y vida prolongada: es el rito conocido como Nguillatún, que persiste con gran fuerza en la actualidad y cuyo sentido aproximado seria "hay un Dios, por eso existimos". Aparece también la figura de Futa Chao, el Gran Padre, hombre y mujer, joven y viejo al mismo tiempo, creador y protector del hombre.

Junto a estos dioses existe un rico mundo de espíritus benéficos (pillán, las almas de los difuntos a las que se les reza) y malignos (wekufu, provocadores de enfermedades que deben ser contrarrestadas por la machi). EI robo de almas a cargo de los brujos (kalkú) tiene el propósito de generar maleficios o desgracias, acción que -una vez mas- requiere de los servicios de la machi, la gran armonizadora, gracias a su capacidad de viajar por los distintos mundos e interceder a favor del hombre. El concepto de newén (energía) es central, y hace referencia a la fuerza interior de cada una de las cosas y los seres del universo.

El famoso arte mapuche, del cual la platería es una de sus más acabadas manifestaciones, estaba ligado a las profundas creencias de este pueblo. Una simbología de serpientes, flores, orantes arrodillados, cruces, escaleras sagradas, aves míticas, respondía a la peculiar manera de ver el mundo y estar en él, un mundo en el que todo parecía posible.

Los extraordinarios tejidos, la cestería, la cerámica, las tallas en piedra o madera, los trabajos en cuero y soga, nos hablan de un pueblo que hizo de su arte una forma más de relacionarse con la totalidad que lo cobija.

A través de la Cordillera, hacia las llanuras de Argentina la situación de conflicto bélico constante fue desgastando a los mapuches. Resistieron y permanecieron, pero muchos de ellos decidieron intentar otra historia y buscar un nuevo hogar. Las tradiciones hablaban de que hacia donde sale el Sol, más allá de las enormes montañas había un lugar encantador de pinos, nieves y lagos. Y aún más allá la llanura, que sabían casi infinita. Aquel lugar hermoso era la actual provincia de Neuquén, en Argentina, quizás el lugar más frecuentado por los mapuches de entonces para realizar la travesía por las montañas, por sus condiciones geográficas muy aptas, con gran cantidad de pasos cordilleranos de baja altura. Allí se toparon con los pehuenches, los pobladores originales, con los que tuvieron los primeros contactos.

La penetración araucana hacia el actual territorio argentino había comenzado desde tiempos prehispánicos, aunque en forma esporádica y a partir de grupos pequeños. A mediados del siglo XVII la "cuña intrusiva" se va haciendo más pronunciada a partir del comercio y el intercambio con los tehuelches ("la gente brava") septentrionales, pobladores originarios de la región de Pampa y Patagonia, cazadores nómades que por ese entonces estaban en pleno proceso de transformación cultural empujados por la apropiación de los caballos tomados a los conquistadores hispánicos.

A fines del siglo XVIII los mapuches acceden al poder de esa vasta región -proceso que se conoce como la "araucanización de la Pampa"- tiñéndola culturalmente. Esta intensa dinámica etnohistoria culminaría hacia 1830, con la llegada del gran lonko Calfucurá (Piedra Azul), el que tendría a su cargo la misión de sellar la definitiva hegemonía de los mapuches sobre los tehuelches. Llegados al actual territorio argentino, los mapuches mantuvieron muchas de sus tradiciones y prácticas principales: desde su lengua madre el mapudungum hasta las ceremonias ancestrales, pasando por el arte de la plata y el tejido; sin embargo reemplazaron su original patron agricultor y pastoril por el de cazador, que era tehuelche.

En las llanuras argentinas los tehuelches y grupos étnicos afines habían conformado un estilo de vida que giraba en torno a la apropiación del ganado vacuno y caballar de los pueblos de los colonos "blancos" y de las incipientes estancias. Esa forma de vida consiguió también en el desarrollo de un intenso tráfico comercial de animales capturados y que caracterizó a la región durante muchísimos años. Promovió importantes lazos de intercambio económico y cultural no sólo entre las comunidades pampeanas sino entre éstas y los asentamientos ubicados al otro lado de la Cordillera de los Andes. Los mapuches hicieron suyo este patrón cultural y de ahí que podemos hablar de un fuerte substrato cazador tehuelche en su nuevo hábitat, a causa de todos los elementos que se fueron agregando. Hoy mismo pueden apreciarse en muchas comunidades, los indicios claros de esta fuerte mestización entre mapuches y tehuelches, lo que nos habla también de la capacidad de estos grupos étnicos para incorporar otras tradiciones y costumbres, realizando síntesis superadoras. De hecho, existen en Argentina grupos y organizaciones que se consideran claramente como de ascendencia mapuche-tehuelche.

La gente de la tierra hoy: el camino de la espiritualidad


Los mapuches son probablemente un número muy superior a los cincuenta mil que dan cuenta las últimas estimaciones demográficas; se asientan hoy alrededor de doscientas comunidades en las provincias del sur de la Argentina y en algunos enclaves en la provincia de Buenos Aires.

La conquista de sus territorios por el Estado Nacional a fines del siglo XIX no los arredró en la lucha ejemplar por la preservación de su identidad. En Chile son muchos más, probablemente cerca de un millón, y mantienen también una prolongada resistencia cultural que no conoce tregua.

Trabajan como criadores de ovejas y chivas; recolectores del pehuen -fruto de la araucaria- cultivadores en algunos casos de trigo, avena y cebada; empleados como mano de obra en actividades estacionales de las estancias, tales como la esquila o la cosecha de frutales y también en programas gubernamentales de forestación.

La lucha por la restitución de sus tierras continúa siendo la reivindicación más fuerte. Algunas agrupaciones han logrado importantes avances en esa materia pero muchas otras aún no tienen el título comunitario de la tierra.

La presión de intereses económicos sobre las zonas de asentamiento indígena interfiere en muchas ocasiones en el lento proceso de recuperación de los territorios.

La lengua madre se mantiene aunque cada vez con mayor dificultad, porque son raros los casos de jóvenes que la hablen y porque el sistema educativo oficial la soslaya por no decir que la niega, mientras que las pautas de organización sociopolítica y muchas de las manifestaciones de la cosmovisión originaria perduran. En cuanto a las artes de antaño como platería y cerámica ya casi no se practican aunque sí mantienen la teneduría el trabajo en madera, soga y cuero. En los últimos tiempos en el seno de la cultura mapuche se vislumbra un proceso de regreso las fuentes, de recuperación de la sabiduría de los antiguos -tal la denominación que ellos dan a sus ancestros- en consonancia con un movimiento que se está dando en muchas partes de la América indígena.
Es así que esta sutil recuperación y exteriorización de los distintos aspectos de la cosmovisión originaria aparece como una posibilidad cierta para el estímulo y el fortalecimiento de la cultura: la revitalización de las principales ceremonias. Existen comunidades en donde hacía veinte o treinta años que no se realizaba el Nguillatún y hoy, por el impulso de los nuevos dirigentes, la rogativa vuelve a ser una realidad; el reciclado de artes como la cerámica en algunas comunidades y organizaciones indígenas urbanas (la presencia organizada de los aborígenes que viven en las ciudades es una novedad creciente); el colocar el acento en la espiritualidad original; el comenzar a estar orgullosos de su medicina tradicional, son algunos de los indicadores de que una nueva perspectiva se abre en el camino de los mapuches: ellos no solamente siguen estando presentes, sino que tienen mucho que aportar a la construcción de una nueva sociedad. Una sociedad que respete las diferencias, asuma la heterogeneidad, incluya al otro.

Más allá de las dificultades estructurales en materia de salud, educación y trabajo; más allá del asedio permanente a que se ven sometidos por la permanente voracidad de un sistema globalizador que carga sobre ellos una y otra vez; más allá de las discriminaciones de siempre, los mapuches son un ejemplo de vida, del cual podemos aprender mucho: ellos participan de los valores profundos típicos de los indígenas, como la relación armónica con la naturaleza, el cuidado de todos los seres vivos, el sentirse parte de la tierra y el universo, lo sagrado de cada acto de la existencia.

El camino hacia una sociedad mejor hará posible entonces que todos recibamos dones, como les sucedió a estos hermanos indígenas aquella vez, cuando la Luna, después de una gran disputa con el Sol derramó sus lágrimas, las que de tan ardientes, se convirtieron en plata. Los mapuches entonces la recogieron y la cuidaron a través de las fabulosas y mágicas formas de su platería.

Será el tiempo también en que otra vez todo vuelva a ser posible, y en el que, según sus propias palabras, "todo nos suceda como en la felicidad de un sueño".

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