La exhibición
 

Surgido en la zona de los andes peruanos, el Tahuantinsuyo - que en quechua significa “las cuatro partes”, por las cuatro regiones que lo conformaron- alcanzó su apogeo hacia el siglo XV. Su influencia se extendió por los actuales territorios de Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia y Argentina, dejando una huella profunda en cada una de las sociedades que conquistaron a su paso. Entre sus rasgos más sobresalientes es preciso mencionar la meticulosa organización de sus dominios bajo una estructura social, política y económica de avanzada, además de haber sido grandes arquitectos e ingenieros, autores de ciudades majestuosas y, entre otras, de una red de caminos o Qhapaq Ñan que enhebraba paisajes y pueblos tributarios del emperador, y que ha sido declarada Patrimonio de Humanidad por la Unesco.

“Los incas. Más allá de un imperio” se presenta en Buenos Aires desarrollada en núcleos temáticos compuestos por diversas secciones. En la Sala 1, dedicada a los Orígenes y Formación del Tahuantisuyo, la muestra explora el origen de los incas que ha sido, durante mucho tiempo, propuesto sobre la base de relatos míticos recogidos durante la colonia. Estos inicios se concibieron como el resultado de una migración de poblaciones foráneas desde el Altiplano o de regiones vecinas al Cuzco, de donde procedían los ancestros fundadores. La historicidad de estos relatos ha sido cuestionada a partir de las investigaciones arqueológicas, que dan cuenta de un largo proceso de desarrollo de poblaciones locales en el valle del Cuzco, previo a la formación del Tahuantinsuyo. 

Hacia inicios del siglo XV, los incas ya se habían consolidado como el grupo dominante en la región del Cuzco. A partir de entonces se inicia un proceso de expansión que llegaría a alcanzar un vasto territorio en los Andes. El Tahuantinsuyo incorporó a diversas poblaciones, cada una con sus propias costumbres y tradiciones. Esta formación política se apoyaba en una combinación de estrategias militares, económicas, sociales e ideológicas, implementadas en base a las dinámicas establecidas con las élites de cada localidad.

En la Sala 2, explora las secciones relacionadas con la Organización y administración del imperio, la producción de la tierra, la identidad a través del vestido y los rituales y ofrendas. Manejar una estructura tan vasta y diversa fue solo posible a través de un sistema organizado para poder controlar los recursos y  la población. En el Tahuantinsuyo existían alrededor de 80 provincias o huamani, cada una con unas 20.000 a 30.000 familias, que aportaban trabajo como una forma de tributo. De esta manera se llevaron a cabo grandes obras públicas, como la construcción de edificios y caminos o la implementación de proyectos agrícolas, supervisados por funcionarios del estado. En este sistema administrativo, el uso de los quipus fue determinante. En la forma de cuerdas anudadas, el quipu constituyó el principal sistema de registro de información en los Andes. Al igual que en otras sociedades del mundo antiguo, su origen estuvo relacionado a las primeras formas de organización imperial. Son estructuras sencillas con cuerdas colgantes enrolladas con hilos de colores y nudos simples. Si bien la mayoría de quipus incas registraba datos numéricos, sabemos que algunos también guardaban información narrativa como relatos y genealogías.


En el Tahuantinsuyo se estima que habrían existido hasta dos millones de hectáreas de tierras cultivables. Estas fueron logradas durante siglos mediante la implementación de obras hidráulicas y la construcción de terrazas agrícolas en las laderas de las montañas. La producción estuvo asegurada tanto por el adecuado manejo de la mano de obra y las tecnologías, como por la realización de ceremonias dedicadas a la propiciación de la fertilidad de la tierra.

Los rituales constituyen la principal forma de comunicación directa con las fuerzas que animaban la vida en el mundo. Muchas de estas prácticas fueron asimiladas por los incas y se mantuvieron, con algunas transformaciones, incluso después de la época Colonial. En esta sección exhibimos algunos objetos que, por su naturaleza o la energía que transmitían, cumplían roles activos en la vida religiosa, tanto en el ámbito doméstico como en el estatal.

Una serie de atuendos y ornamentos permitía distinguir los diversos roles que cumplían algunos de los funcionarios incas, fuerza laboral estratégica para el desarrollo del estado. Por debajo del Sapa Inca y la coya, se encontraban los soldados y los administradores de diferente rango, así como las mamaconas y las acllas. Varios de estos personajes y sus atributos fueron recogidos en las crónicas ilustradas de fines del siglo XVI, como parte de una memoria que buscaba atestiguar su existencia.

La Sala 3 se detiene en el paisaje, arquitectura y territorio. Con su emblemático diseño y particular manera de transformar e integrarse al paisaje, la arquitectura inca permitió visibilizar la presencia del estado a lo largo de un vasto territorio. Si bien las construcciones se caracterizaron por una marcada sencillez, los edificios de élite son fácilmente reconocibles por el uso de piedras finamente pulidas y por sus formas trapezoidales. Desde las terrazas agrícolas hasta los dominios reales, los incas supieron adaptar la arquitectura a la topografía del terreno como ninguna otra cultura andina. Hacia 1520, cuando el Tahuantinsuyo alcanzaba su mayor extensión, un sistema de caminos controlado por el estado, el Qhapaq Ñan, recorría los Andes y el Altiplano conectando a las diversas poblaciones del imperio.

El lenguaje visual de los incas se distingue por un quiebre respecto a las tradiciones previas en los Andes. Si bien la mayoria de representaciones han sido calificadas como geométricas y abstractas —posiblemente inspiradas en el entramado de los textiles— encontramos también algunas imagenes figurativas de marcada sencillez, y otras que combinan patrones de color. Para los incas, sin embargo, el proceso de crear dichos objetos así como los materiales utilizados, tenían mayor importancia que la apariencia superficial, ya que era la esencia del objeto lo que se priorizaba en su cosmovisión.

En el territorio argentino, distintas fuentes etnohistóricas ubican la entrada de los incas entre 1471 y 1493. Mediante recursos audiovisuales contemporáneos se presentan los yacimientos arqueológicos hallados en tres de las siete provincias que fueron parte del imperio. Se exhiben los sitios de Pucará del Tilcara (Jujuy), La Paya y Llullaillaco (Salta), Aconquija y Shincal de Quimivil (ambos en Catamarca) que al público le permitirán apreciar los distintos escenarios donde se produjo el encuentro y diálogo con los habitantes de las comunidades locales. 

 En la Sala 4, Un punto de quiebre, se presentan obras  relacionadas con el período colonial. Desde que Francisco Pizarro y sus tropas hicieron contacto con el Tahuantinsuyo, la violencia forjó las bases de un nuevo orden en los Andes. El hito inicial de este proceso sería la captura y ejecución del inca Atahualpa en 1532. Pero desmantelar aquel imperio no sólo requirió de la participación de miles de nativos. También exigió negociar cuotas de poder con ciertos sectores indígenas.

A su vez, el término Tahuantinsuyo sería reemplazado por el del Perú, una denominación que terminaría por adquirir significados distintos a medida que se consolidaba el poder colonial. La propia memoria de los tiempos prehispánicos se transformó en función a las necesidades de una sociedad distinta y a la implantación de lenguajes y técnicas artísticas occidentales. Se desencadenó así una permanente tensión entre la ruptura y la continuidad con el pasado.

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Los incas. Más allá de un imperio

Por Cecilia Pardo, Ricardo Kusunoki y Julio Rucabado / Curadores

Hace unos seiscientos años, la región andina fue escenario del nacimiento y desarrollo de una de las civilizaciones más importantes del mundo antiguo. Sus protagonistas fueron los incas.

A través del estudio de la materialidad y de las fuentes escritas, Los incas. Más allá de un imperio explora la cultura Inca, desde sus orígenes en el Cuzco y la formación de un gran imperio −el Tahuantinsuyo− hasta su inserción dentro de un nuevo orden colonial. Además, se acerca a su legado en la sociedad peruana del presente a través del arte, el diseño y la cultura viva.

Una representativa selección de objetos pertenecientes a diversas colecciones públicas y privadas del país sirve de base para trazar narrativas sobre algunos capítulos claves de esta gran historia, sobre todo a partir de una pregunta crucial: ¿quiénes fueron los incas? Ello nos lleva a revisar importantes aspectos sobre esta cultura, como el manejo político y administrativo, sus principales estrategias de expansión, la concepción particular de su paisaje y territorio, y su cosmovisión. Asimismo, el proyecto muestra algunas de las múltiples reinvenciones que, desde el periodo colonial, se han formulado sobre los incas, en diferentes medios que incluyen, entre otros, la pintura, el grabado y la fotografía.

Los quiebres y continuidades planteados en un recorrido temporal tan vasto se presentan en esta exposición como espacios que invitan a repensar ciertas preconcepciones sobre el origen, desarrollo y fin de un fenómeno que se resistió a desaparecer de nuestra memoria, y cuyo legado pervive hasta hoy entre todos nosotros.

Quechua [Qichwa]
A lo largo de esta exposición nos encontraremos con una serie de términos quechuas que desarrollan conceptos asociados a las narrativas de cada sección. El significado de estas palabras ha sido formulado sobre la base de estudios lingüísticos recientes que toman como fuente los documentos escritos coloniales.

Colonial Temprano (ca. 1500 1600). Quipu numérico

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Orígenes y Formación del Tahuantinsuyo
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El origen de los incas ha sido, durante mucho tiempo, propuesto sobre la base de relatos míticos recogidos durante la Colonia. Estos inicios se concibieron como el resultado de una migración de poblaciones foráneas desde el Altiplano o de regiones vecinas al Cuzco, de donde procederían los ancestros fundadores. La historicidad de estos relatos ha sido cuestionada a partir de las investigaciones arqueológicas, que dan cuenta de un largo proceso de desarrollo de poblaciones locales en el valle del Cuzco, previo a la formación del Tahuantinsuyo.

Hacia inicios del siglo XV, los incas ya se habían consolidado como el grupo dominante en la región del Cuzco. A partir de entonces se inicia un proceso de expansión que llegaría a alcanzar un vasto territorio en los Andes. El Tahuantinsuyo incorporó a diversas poblaciones, cada una con sus propias costumbres y tradiciones. Esta formación política se apoyaba en una combinación de estrategias militares, económicas, sociales e ideológicas, implementadas en base a las dinámicas establecidas con las élites de cada localidad.

Tiwanaku (600 1000). Vaso con dos bandas en la zona media del cuerpo

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Las culturas Tiwanaku y Wari, que tuvieron lugar en la región surandina durante el primer milenio de nuestra era, han sido asociadas a los orígenes de los incas. Esta selección de vasijas muestra las relaciones formales entre los estilos Tiwanaku, Wari e Inca. Las formas y los elementos decorativos acentúan la idea de una cierta continuidad cultural, la cual parece explicarse como resultado de una amplia distribución de este tipo de vasijas y las prácticas ceremoniales en las que eran utilizadas, dentro de un contexto de interacción entre las sociedades surandinas y altiplánicas.

Wari (600 1000). Escultura que representa a un personaje con túnica y gorro de cuatro puntas

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Entre los siglos VII y X de nuestra era, los wari forjaron el primer imperio en los Andes. En su avance lograron asentarse en la región de Cuzco, difundiendo el quechua como lengua común, así como una serie de avances tecnológicos y culturales que siglos más tarde serían adoptadas por los incas. Destaca el sistema de registro de información en cuerdas anudadas (quipu), la elaboración de tejidos mediante la técnica del tapiz y el uso ritual de un estilo particular vasos para brindar. 

La imagen de los señores wari quedó plasmada en diversos soportes. Estos vestían túnicas y gorros de cuatro puntas, marcadores de prestigio y expresión de su poder político y religioso. La imagen del guerrero wari muestra que utilizaban camisetas decoradas con un patrón de escaques, similar a la pieza aquí presentada.  

Killke (1000 1400). Plato con diseños geométricos

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Entre los siglos XII y XV, previo al desarrollo imperial inca, diferentes grupos habitaban en el valle del Cuzco. Es el caso por ejemplo de los ayarmacas, los antas y los cuzcos, estos últimos serían luego conocidos como incas. Arqueológicamente este grupo se vincula con un estilo distintivo de cerámica, denominado Killke. Se trata de un tipo de alfarería, caracterizada por diseños geométricos sobre fondos cremas, que ha sido hallado en sitios como Sacsayhuamán y el Coricancha, en el Cuzco, así como en las provincias de Paruro y Lucre.

Inca (1500 1600). Uncu con diseños cuadrangulares de diversos colores

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Tradicionalmente, la consolidación del Tahuantinsuyo ha estado asociada a las obras y hazañas de tres grandes gobernantes: Pachacútec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac. Sin embargo, una lectura detenida de las fuentes escritas evidencia que el éxito de esta organización dependió también de diversos agentes al servicio del estado, muchos de ellos afiliados a través de lazos de parentesco sanguíneo, alianzas matrimoniales y un sistema de privilegios otorgados por el líder. A esta élite, principalmente masculina, se le conoce a partir de las referencias coloniales, como “incas”. Estos podían ser identificados por sus vestimentas y ornamentos, destacando el uso de grandes orejeras.

Colonial Temprano (ca. 1500 1600). Quipu numérico

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Organización y administración
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Manejar una estructura tan vasta y diversa fue solo posible a través de un sistema organizado para controlar a la población y sus recursos. En el Tahuantinsuyo existían alrededor de 80 provincias o huamani, cada una con unas 20,000 a 30,000 familias, que aportaban trabajo como una forma de tributo. De esta manera se llevaron a cabo grandes obras públicas, como la construcción de edificios y caminos o la implementación de proyectos agrícolas, supervisados por funcionarios del estado. En este sistema administrativo, el uso de los quipus fue determinante.

En la forma de cuerdas anudadas, el quipu constituyó el principal sistema de registro de información en los Andes. Al igual que en otras sociedades del mundo antiguo, su origen estuvo relacionado a las primeras formas de organización imperial. En los Andes centrales, las evidencias más tempranas datan del periodo Horizonte Medio; constituyen estructuras sencillas con cuerdas colgantes enrolladas con hilos de colores y nudos simples, que los distinguen de los quipus de la tradición inca. Si bien la mayoría de quipus incas registraba datos numéricos, sabemos que algunos también guardaban información narrativa como relatos y genealogías.

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Inca (1400 - 1532). Quipu numérico

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Luego de la conquista, los quipus se incorporaron al sistema colonial, siendo utilizados principalmente en el registro de confesiones y en la recaudación de tributos para la Iglesia. El ejemplar que se exhibe aquí forma parte de un conjunto de seis quipus provenientes de la región de Áncash, en la sierra norte del Perú. De acuerdo a un estudio reciente, sus cuerdas parecen haber registrado la tributación de 131 comuneros pertenecientes a seis ayllus de la comunidad de San Pedro de Corongo, según la información contenida en un  documento de 1670, que detalla un padrón de recaudación de tributos realizado en esta localidad. Este gran hallazgo confirma que durante parte del periodo colonial se mantuvo, al menos por un tiempo, el registro de cierta información en dos medios y lenguajes, el andino y el occidental. 

En el Tahuantinsuyo, el trabajo y la producción estuvieron organizados en base a un sistema decimal, que se aplicaba a diferentes niveles de la sociedad, desde el comunitario hasta el regional. Así, los administradores supervisaban grupos de 10, 50, 100, 500, 1000, 5,000 y hasta de 10,000 familias. Los quipus recogían información administrativa que era trasladada hasta llegar a los gobernantes. De forma sintética, este video muestra cómo funcionaba este sistema.  

Inca (1400 1532). Paccha en forma de chaquitaclla con urpu y maíz

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Producción de la tierra
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En el Tahuantinsuyo se estima que habrían existido hasta dos millones de hectáreas de tierras cultivables. Estas fueron logradas durante siglos mediante la implementación de obras hidráulicas y la construcción de terrazas agrícolas en las laderas de las montañas. La producción estuvo asegurada tanto por el adecuado manejo de la mano de obra y las tecnologías, como por la realización de ceremonias dedicadas a la propiciación de la fertilidad de la tierra.

La importancia del trabajo agrícola queda reflejada en esta paccha inca. Su base alargada en forma de chaquitaclla nos remite al trabajo de cultivo, cuya producción se concentra en este caso, la cosecha del maíz, recurso que tuvo gran relevancia económica e ideológica para el Estado inca y se manifiesta en la mazorca apoyada sobre el mango del arado. Los granos del maíz sirven en la preparación de la chicha de jora o aqha, bebida fermentada que finalmente era almacenada y transportada en urpus, como el representado a pequeña escala en esta pieza.

El quero es una de las formas más representativas de la vajilla ceremonial inca, Nombrado por diversos cronistas como uno de los regalos que el gobernante enviaba a los señores locales para iniciar las negociaciones políticas, este vaso de madera se transformaba en un recipiente que simbolizaba una eventual asimilación pacífica al aparato imperial inca. Con ellos los incas también ofrecían esta bebida a sus huacas y ancestros. Los queros fueron usualmente producidos en pares, utilizando la madera de un mismo árbol.

Inca (1400 1532). Conopa en forma de alpaca

Inca (1400 1532). Conopa en forma de mujer desnuda

Chuquibamba Inca (ca. 1470 1532). Chuspa con diseños de estrellas de ocho puntas y camélidos estilizados

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Rituales y ofrendas

 

Los rituales constituyen la principal forma de comunicación directa con las fuerzas que animaban la vida en el mundo. Muchas de estas prácticas fueron asimiladas por los incas y se mantuvieron, con algunas transformaciones, incluso después de la época Colonial. En esta sección exhibimos algunos objetos que, por su naturaleza o la energía que transmitían, cumplían roles activos en la vida religiosa, tanto en el ámbito doméstico como en el estatal.

Estas esculturas de piedra, conocidas como conopas eran divinidades domésticas que encarnaban a los rebaños y los cultivos. Para propiciar su fertilidad los incas colocaban grasa de llama en las cavidades de sus cuerpos como parte del ritual. A pesar de que su uso fue prohibido en tiempos coloniales, objetos similares conocidos como illas, continúan en uso hasta nuestros días.

Objetos como los que se exhiben aquí fueron producidos para ser usados en las ceremonias conocidas como Capacocha (qhapaq hucha, “obligación real”). Este evento, que por lo general tenía lugar en los volcanes y picos nevados de los Andes, involucraba el sacrificio de infantes, hijos o hijas de los curacas entregados como ofrendas especiales para reforzar las relaciones entre las provincias y el estado en momentos de crisis o celebración. Luego de largas peregrinaciones, los infantes eran enterrados junto a objetos en miniatura en forma de animales y personas con prendas de vestir que representaban a hombres y mujeres con rasgos incas.

Desde tiempos muy tempranos, la coca ha estado presente en la vida de las poblaciones andinas. Utilizada como un estimulante para el trabajo diario y como ofrenda en ceremonias propiciatorias, constituye además un recurso en las relaciones de reciprocidad. Las hojas eran llevadas dentro de bolsas o chuspas para facilitar su transporte mientras que la cal depositada en caleros o llipteros ayudaba a activar los alcaloides de la planta.

Las plumas de aves constituyen un importante elemento decorativo en varias prendas de uso ritual. El principal símbolo de poder del Sapa Inca, la mascaypacha, estaba compuesta por un turbante o llauto al que se adhería una borla de hilos rojos y dorados y plumas de corequenque. Según el cronista Juan de Betanzos, el uso y distribución de plumas estuvieron controlados por el estado. Investigaciones recientes proponen que el estado inca habría mantenido criaderos de aves amazónicas para estos fines. En ceremonias como la Purucaya, vinculada al culto a los muertos de la nobleza inca, algunos hombres y mujeres participaban con trajes decorados con plumas.

Inca (1400 1532). Uncu con diseños cuadriculados

Inca (1400 1532). Canipu

Inca Transicional (ca. 1532 1580). Uncu con banda horizontal decorada con diseños de rombos concéntricos

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Identidad a través del vestido
 

Una serie de atuendos y ornamentos permitía distinguir los diversos roles que cumplían algunos de los funcionarios incas, fuerza laboral estratégica para el desarrollo del estado. Por debajo del Sapa Inca y la coya, se encontraban los soldados y los administradores de diferente rango, así como las mamaconas y las acllas. Varios de estos personajes y sus atributos fueron recogidos en las crónicas ilustradas de fines del siglo XVI, como parte de una memoria que buscaba atestiguar su existencia.

Este uncu con diseño cuadriculado, descrito como vestimenta de los soldados que resguardaban al inca Atahualpa en Cajamarca constituye uno de los principales emblemas del poder militar imperial. Al vestido se suman armas como la macana y la huaraca, y ornamentos como la tincurpa, una placa discoidal que colgaba del pecho del guerrero.

El canipu, insignia que se sujetaba a un llauto o banda que rodeaba la cabeza, distinguía a los funcionarios imperiales de diversa jerarquía, desde el visitador hasta el gobernador de provincia, considerados como “incas de privilegio”.  

La presencia inca en la región andina se manifestó a través de elementos que se reconocen como símbolos de un estado en expansión. Es el caso de los tejidos de fina factura (cumbi), producidos por tejedores y tejedoras especialmente capacitados. Estos finos atuendos no sólo sirvieron para vestir a la nobleza inca, sino también como objetos de negociación en el proceso de incorporación de otros grupos al imperio. 

El anacu (vestido), la lliclla (manta) y el chumpi (faja), junto a los tupu y tippqui (prendedores) forman parte del ajuar femenino de las coyas y las acllas. Elegidas desde muy pequeñas para vivir en reclusión al servicio del Inca, estas últimas eran capacitadas por las mamaconas en la producción del aqha y tejidos finos. Su figura es una de las pocas reconocibles en la iconografía inca, donde aparecen portando vasijas, chaquitacllas o flores, tales como el ccatntu y la chinchircuma, flor que crece junto al maíz.

Chimú Inca (ca. 1470 1532) Vasija en forma de un pie con sandalia. Vasija en forma de pezuña de camélido

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Paisaje, arquitectura y territorio
Con su emblemático diseño y particular manera de transformar e integrarse al paisaje, la arquitectura inca permitió visibilizar la presencia del estado a lo largo de un vasto territorio. Si bien las construcciones se caracterizaron por una marcada sencillez, los edificios de élite son fácilmente reconocibles por el uso de piedras finamente pulidas y por sus formas trapezoidales. Desde las terrazas agrícolas hasta los dominios reales, los incas supieron adaptar la arquitectura a la topografía del terreno como ninguna otra cultura andina. Hacia 1520, cuando el Tahuantinsuyo alcanzaba su mayor extensión, un sistema de caminos controlado por el estado, el Qhapaq Ñan, recorría los Andes y el Altiplano conectando a las diversas poblaciones del imperio.

Las escasas representaciones de arquitectura inca no reflejan necesariamente el avance tecnológico o la planificación de un estado expansivo. Sin embargo, en sus formas se reconocen elementos diagnósticos de un emblemático estilo reproducido en diferentes regiones. Construcciones de planta cuadrangular, con una sola entrada y techos a dos o cuatro aguas, constituyen la unidad arquitectónica básica, la que podía modificarse o replicarse. La presencia de figuras humanas o animales en estas vasijas, que no guardan la misma escala que los edificios, permite afirmar que estas piezas no eran maquetas o modelos.

El Qhapaq Ñan permitió interconectar las diversas provincias y sus centros administrativos con el Cuzco. Conformado por una serie de caminos longitudinales y transversales, dicho sistema sirvió para movilizar recursos e información llevada por los chasquis en quipus, así como para trasladar a las tropas militares y la élite inca de un lugar a otro. En la actualidad, muchos tramos de caminos siguen operando, siendo utilizados por diversas comunidades así como por el turismo.

Inca Provincial (ca. 1470 1532). Paccha que representa a un cuenco con cinco conchas de Spondylus

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Spondylus
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Desde épocas tempranas, la concha de Spondylus fue considerada como un bien preciado por las élites, llegando a ser tan importante como la plata o el oro. Este molusco, procedente de las aguas cálidas ecuatoriales, fue utilizado en la elaboración de adornos y como ofrenda. Los incas controlaron su producción y circulación desde talleres como el de Cabeza de Vaca en Tumbes, estratégicamente ubicado al sur del Golfo de Guayaquil. Desde allí se distribuían los productos utilizando la red de caminos.

Inca (1400 1532). Plato con mango en forma de cabeza de ave y diseños geométricos. Plato con mango en forma de cabeza de camélido y diseños geométricos

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Arte y geometría
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El lenguaje visual de los incas se distingue por un quiebre respecto a las tradiciones previas en los Andes. Si bien la mayoria de representaciones han sido calificadas como geométricas y abstractas —posiblemente inspiradas en el entramado de los textiles— encontramos también algunas imagenes figurativas de marcada sencillez, y otras que combinan patrones de color. Para los incas, sin embargo, el proceso de crear dichos objetos así como los materiales utilizados, tenían mayor importancia que la apariencia superficial, ya que era la esencia del objeto lo que se priorizaba en su cosmovisión.

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Un punto de quiebre
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Desde que Francisco Pizarro y sus tropas hicieron contacto con el Tahuantinsuyo, tanto la violencia como la negociación forjaron las bases de un nuevo orden en los Andes. En 1532, los invasores tomaron prisionero a Atahualpa en Cajamarca y lo ejecutaron pese a que el Inca les entregó un fabuloso rescate de oro y plata. Pero la colaboración de miles de nativos sería decisiva para desmantelar el imperio, proceso aún vigente cuando Túpac Amaru, el último Inca rebelde, fue capturado en 1572. Surgiría así un sector indígena al que la corona española reconoció ciertos privilegios ya sea por su ascendencia “imperial inca” o por su apoyo al proceso de conquista y colonización. Se desencadenó así una permanente tensión marcada por rupturas, pero también por continuidades con el pasado. En este sentido, mientras que las autoridades y las élites coloniales promovieron la destrucción masiva de objetos incas para imponer un nuevo orden cultural, también fomentaron la pervivencia de varias tradiciones artísticas de origen prehispánico.

Anónimo. Quero con representación del brindis entre el Inca y el rey Colla, ca. 1700 1800

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Algunos queros coloniales tempranos muestran una decoración geométrica propia del lenguaje visual inca. Sin embargo, la tendencia predominante iba en sentido inverso, ya que los vasos comenzaron a incorporar motivos figurativos que se podían entremezclar con diseños incisos o con tocapus, El verdadero surgimiento de este nuevo repertorio visual fue posible gracias a la utilización de la resina de Mopa Mopa, que era coloreada y embutida en la superficie de los vasos de madera.

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Diego de Villanueva y Juan Bernabé Palomino. Sucesión de los incas y reyes del Perú, 1748

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Los incas, reyes del Perú
Aunque suene paradójico, los incas son un referente esencial para la identidad peruana gracias a una serie de ideas que no existieron antes de la Conquista, sino que fueron creadas durante el periodo virreinal. El Tahuantinsuyo descansaba en un universo conceptual muy distinto al de los invasores españoles, quienes ni siquiera conservaron ese término para referirse a sus nuevos dominios. Utilizaron, en cambio, la palabra Perú, denominación alrededor de la cual se reescribió la memoria del pasado prehispánico para legitimar el nuevo orden político. En este proceso, los incas se convirtieron en unos reyes cuyos dominios pasaban legítimamente a la corona española o, como se argumentó durante la Independencia, debían liberarse de un dominio externo. 

La ficción de que existía una continuidad legítima entre el pasado anterior a la Conquista y el dominio hispano adquirió una de sus formulaciones visuales más rotundas hacia 1725. En ese momento, el clérigo Alonso de Cueva ideó en Lima una composición que mostraba la sucesión de gobernantes del “reino del Perú”: tras los Incas, la serie continúa inmediatamente con los monarcas españoles, lo que crea la ficción de una continuidad casi natural. Esta imagen se hizo tan recurrente en el virreinato peruano, que los científicos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa la incluyeron, con varios cambios, en su Relación histórica del viage a la América Meridional, publicada en Madrid en 1740.

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La conquista como un pacto

A fines del siglo XVII, la imagen de los Incas se convirtió en un símbolo clave para distintos sectores de la sociedad virreinal. Ello fue posible gracias a una hábil reescritura del pasado que legitimaba el dominio de la corona española pero también las aspiraciones de las sociedades locales. El recuerdo de los “reyes incas” permitía imaginar al Perú como un reino equiparable a los que integraban el imperio español en Europa, lo que justificaba que las élites locales reclamasen mayor autonomía. Aquel contexto reforzó el poder simbólico de la nobleza inca colonial, lo que se vio confirmado por una serie de privilegios otorgados por el rey Carlos II. 

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Símbolo del compromiso de la corona española con el catolicismo, la imagen de Santiago guerrero recuerda la supuesta intervención milagrosa del apóstol contra los moros en la legendaria batalla de Clavijo, que tuvo lugar en el año 844. Pero esta representación del patrono del imperio español incorpora una crítica sutil a la Conquista. En un segundo plano, en medio del encuentro entre Pizarro y Atahualpa, dos indígenas ofrecen oro como alimento para el caballo de un español, en alusión a la codicia que caracterizó a las tropas invasoras.

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Manuela Tupa Amaro
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Esta obra constituye un testimonio excepcional del destino que marcó a las élites indígenas coloniales. Fue pintado en medio del juicio que enfrentó a Diego Betancur, hijo de la retratada, con José Gabriel Condorcanqui. Ambos reclamaban el marquesado de Oropesa, título que reconocía la ascendencia más directa al linaje imperial inca. Bajo el nombre de Túpac Amaru II, Condorcanqui terminaría encabezando, en 1781, la mayor rebelión contra el orden colonial. Tras aplastar el levantamiento, las autoridades virreinales buscaron también destruir el papel clave que la memoria de los incas había tenido en la cultura visual de la región. Probablemente en aquel momento se decidió cubrir el retrato de Manuela, pintando sobre este una representación del Señor de los Temblores. Preservada así de su destrucción, la obra sería recuperada en la década de 1970, cuando el historiador Francisco Stastny mandó retirar la imagen que la cubría. 

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Marcos Chillitupa Chávez
Genealogía de los incas, 1837


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Pintado poco más de una década después de acabado el dominio español, este  biombo condensa distintas etapas del arte en el Perú: evoca el pasado precolombino en la forma de una genealogía de los incas. Pero su composición se basa en una imagen colonial, la cual muestra  a los incas y luego, como una sucesión legítima, al dominio español, simbolizado por los reyes que gobernaron durante el periodo colonial. En este caso, sin embargo, los monarcas hispanos han sido eliminados para cerrar la secuencia con el “Libertador del Perú”, probablemente Simón Bolívar. A este detalle se suma la presencia conjunta de los escudos de armas del Cuzco y del Estado Peruano, colocados allí para exaltar al proceso de Independencia equiparando al antiguo imperio de los incas con la nueva república. La obra está firmada por Marcos Chillitupa Chávez, cuyo nombre evoca no sólo una larga línea de artífices andinos sino también una importante familia cuzqueña que reclamaba descender de los “reyes” incas.

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En medio de la heterogeneidad de las sociedades virreinales, los vestidos de fina hechura uncus y acsos, podían dar cuenta de la pertenencia a un linaje noble inca. De allí que muchos de estos trajes hayan pasado de padres a hijos, en su condición de símbolos que legitimaban los privilegios de una familia. Tal puede ser el caso de este ajuar femenino. Elaborado en las primeras décadas del periodo colonial, el acso lleva motivos de mariposas que, pese a su carácter figurativo, recuerda inmediatamente la lógica geométrica del arte imperial inca. La prenda hace juego con una lliclla de diseño excepcional, al punto que es difícil precisar si ambos textiles son de la misma época o si el de menor tamaño fue hecho siglos después.