Lucía, 2007. 3’50” / Luis, 2008. 3’50”. De la serie Lucía, Luis y el lobo.
Fundación Proa, Argentina (www.proa.org)
Fundación Proa seleccionó en esta edición los videos de la serie Lucía, Luis y el lobo, realizados por el colectivo de artistas integrado por Niles Atallah, Joaquín Cociña y Cristóbal León. La originalidad de la obra es el resultado de una narración literaria, la presencia de la voz, las imágenes de la memoria infantil, el terror de la noche, excepcionalmente realizados. Un aporte de novedad y creatividad que contiene un universo de imágenes, palabras y sonidos que estremecen al espectador.
El texto de Daniel Reyes León da cuenta de la magnitud de Lucía, Luis y el lobo:
Una historia que parece armarse, pero que finalmente transmite una relación entre tiempos y miedos, entre una cobertura infantil y la desnudez frente a los grandes hechos, armado en tres momentos audiovisuales integrados a un desastre controlado. La instalación Lucía, Luís y el lobo, realizado por en trío de Diluvio Lab, Niles Atallah, Joaquín Cociña y Cristóbal León, en la galería Animal, si bien se arma como una pieza que perfectamente puede funcionar en cines de alta definición u otros espacios destinados exclusivamente al visionado de producciones fílmicas, se encuentra flanqueado por las precisiones de un espacio controlado por los –cada vez menos precisos- poderes de las artes visuales.
Lucía, Luís y el lobo es una historia que parece de terror, pero no lo es, redactando un suspense narrativo a partir de la animación stop motion y un cuidado trabajo acústico y escenográfico, basado en el reconocimiento objetual de los elementos utilizados en el vídeo. Es esto último lo que separa las animaciones Lucía y Luis del ámbito netamente fílmico, situándolas en un territorio de reconocimientos objetuales que despliegan los procesos de selección de una dirección de arte, así como también ocultan la labor detrás de los más de seis minutos de animación que conforman el relato de vídeo. Para ser precisos, más que ocultar, desvían la atención de la pulcritud técnica hacia la construcción de un lugar reconocible desde su desastrosa constitución.
Si el espacio del cine nos ha acostumbrado a butacas, moquetas y luces en su lugar –a pesar de los cines antiguos que, en su deterioro, siguen pretendiendo una línea aséptica para el visionado de un filme-, la propuesta de visionado de esta muestra nos propone la proyección principal y las múltiples pantallas como un mobiliario imposible. El recorrido y el reconocimiento de los objetos que componen la instalación, más allá de fusionar tecnologías de pantallas y proyecciones con la tierra y la madera, constituyen una reescenificación de los elementos utilizados en la construcción de las piezas audiovisuales. Como cuando llevan a un imputado al lugar del crimen para recrear el crimen. El tiempo, trabajado y manipulado narrativamente en los stop motion, se abre a los tiempos de recorrido y reconocimiento de la instalación, enfatizando la optimización de los recursos con los cuales se han construido las piezas audiovisuales. El stop motion, imputado, ya no tiene que ir al reconocimiento de Švankmajer ni de los hermanos Quay, sino de sus propias huellas escenográficas.
La pantalla no está sola y de esa elección se nos oculta el tiempo. Un tiempo armado foto a foto y que se reduce a la historia de Lucía y Luis, niños que viven en un espacio construido a partir de la aceleración y el miedo, de lo que escuchan y cuentan. Niños que están dibujados sobre paredes y que recorren un lugar que se va deteriorando a la luz de sus voces en off; que nos cuentan una historia simple, una historia a saltos, como si fuera una historia que pillamos a la mitad de haber comenzado y que tiende a diluirse en esos detalles perversos de lo demasiado específico. No se trata de ser realistas, de cómo hablan los niños, ni mucho menos de imitar la niñez bajo sus arquetipos fílmicos clásicos, sino de armar unos personajes particulares que sean testigos de un tiempo sintético, que hablen de esos minutos perdidos entre una foto y otra sin que la nostalgia o la narrativa de Proust tengan que manifestarse como antecedentes. Son historias evidentes, bastante directas, donde ha triunfado la coloquialidad ante el protocolo, donde el miedo y el humor tienen tanto poder como la imagen.
Sin embargo la escenografía nos lleva al desastre, a eso que comúnmente se denomina “desorden”, que es el lugar donde habitan los fantasmas de la racionalidad moderna. Más de alguna vez hemos dicho algo así como “no desordenes mi desorden que yo lo entiendo”. Como en el Arte ya queda muy poco por entender, esta instalación utiliza elementos de la tecnología cotidiana para contar una historia y lo hace mediante la sentencia anterior: “no desordenes mi desorden que yo lo entiendo”. Cada cosa pareciera tener su lugar, cada historia pareciera no tener conexión con las otras, pero son tres cosas paralelas que convergieron en una perversa utilización del imaginario infantil como excusa para zafarse de las deformaciones profesionales de nuestro “ámbito” artístico local. El lobo, el espacio, Lucia y Luís, las historias de la aceleración y el miedo.
Premios:
La serie Lucía, Luis y el lobo ha sido presentada en diversos festivales internacionales y recibió numerosas distinciones: 1er Premio, Best International Film, Fantoche International Animation Film Festival, Baden, Suiza; Grand Prix “Wooden Wolf”, Animated Dreams, Animation Film Festival, Tallinn, Estonia; Gran Premio del Jurado, Mejor Corto en FIBABC Madrid (2009); Mención Especial del Jurado, Festival Internacional de Cine de Valdivia (2009); Literaturwerkstatt Berlin Prize, Zebra Poetry Film Festival Berlín (2008); y 2º lugar en el Fairplay Film and Video Festival, Lugano, Suiza (2008).
Luis fue exhibido en el Guggenheim Museum, Nueva York, como uno de los videos ganadores del YouTube Play Guggenheim, Biennial of Creative Video (2010).
Niles Atallah, director audiovisual que vive y trabaja en Santiago de Chile. Se tituló en Arte en la Universidad de California de Santa Cruz. Actualmente está trabajando en un largometraje de ficción, titulado Rey.
Joaquín Cociña vive y trabaja en Santiago. Obtuvo una Licenciatura en Arte en la Universidad Católica de Chile y está trabajando en una maestría en Letras en la Universidad de Chile. Su obra ha sido exhibida en Chile y en instituciones alrededor del mundo. Ha trabajado como crítico de arte, académico, escritor, ilustrador y escenógrafo para teatro. Ha publicado cuentos, cómics y críticas impresas y en formato digital. Algunas de sus exhibiciones son: Galería AFA, Santiago, Chile. “Las muertes leves de Benjamín” (2010); VII Bienal do MERCOSUL, Grita e Escuta, Porto Alegre, Brasil; “O Absurdo”, 2009; 798 Beijing Biennal, China (2009); Magatzems Wall & Vídeo, Valencia, España; “Estéticas del Desastre” (2008); Kunsthalle Berlin-Lichtenberg, Berlín, “Political Landscape” (2007); Bei Gao Gallery, Beijing, “IN/OUT” (2007); entre otras. Ha participado en importantes festivales, entre ellos: EMAF (European Media Arts Festival)” en Osnabrueck, Alemania (2009); FIBABC (1er Festival Iberamericano ABC), Madrid (2009); Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana (2008); DLA Film Festival, Londres (2008). En el 2010 recibió el ASIFA Austria Award, en la Competencia Internacional de Animación de Vanguardia del Vienna Independent Shorts International Film Festival.
Cristóbal León es animador y cineasta. Vive y trabaja en Amsterdam. Obtuvo una Licenciatura en Diseño por la Universidad Católica de Chile. En 2007 se trasladó a Berlín para un programa de un año en UDK (Universidad de las Artes de Berlín), concedido por el DAAD. Su trabajo como animador incluye cortometrajes, video-instalaciones, videos musicales y publicidad. Actualmente se encuentra en un programa de residencia temporal de dos años en De Ateliers en Amsterdam y recientemente ha obtenido la concesión FONDART del gobierno chileno. Algunas de sus exhibiciones son: Upstream Cinema, Upstream Galley, Amsterdam (2010), entre otros. En el 2010 recibió el premio FONDART, Fondo de la Cultura y las Artes.
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