Jorge Sarudiansky

Jorge Sarudiansky
Campo Abominato. Acto II.



Sarudiansky retoma el momento del campo abominato. El espacio totalmente verde tiene una enorme plataforma donde aparece el campo abominato donde el agua de un estanque se sirve de espejo. La luz marca el horizonte. Es una idea del campo, el lugar donde en la ópera se concentra la pasión y el encuentro amoroso.
Lo que hice para Proa ya está, está puesto ahí. Lo que está, está. No voy a decir nada. No tengo nada que decir: que lo vean. ¿De dónde salió? Desde el alma. ¿Por qué? No sé. ¿Para qué? Tampoco. Está ahí. Está bien.

Jorge Sarudiansky está de vuelta. No volvió de viaje, no estuvo ausente, está de vuelta del trabajo para cine y teatro y dice que sólo desea refugiarse en el ámbito "pragmático" de la publicidad. Sentado en un bar en Palermo Viejo no ahorra dardos: el mundo del arte hoy le resulta un absurdo, un fastidio, una tontería. El humor más sarcástico se le cuela en todas las frases y lo convierte en ese personaje de lengua filosa y enorme talento que sus colegas admiran y mencionan como referente. Sarudiansky es un conversador inteligentemente atrevido que de pronto revela sus ganas de formar alumnos. "Geometría euclidiana", dice cuando se le pregunta qué les quiere enseñar. Dibujo. Nada más. "Soy un constructor que se divierte", sostiene en una fugaz definición. Es probable que sea mucho más que un constructor, y está clarísimo que su meta es divertirse.
- Actualmente estás trabajando más en publicidad que en teatro...
- Y, sí, es que yo no voy a trabajar en cosas que no tienen sentido.
- ¿El trabajo artístico no tiene sentido?
- Es que lo artístico es relativo. Lo único artístico es la guita. Para vivir del arte tenés que ser un tonto o un marginal o vivir de rentas. En el teatro hay mucho desencanto. No sé si es que se acabaron los puestistas... Yo pasé de tener buenos interlocutores a tener que lidiar con una manga de imbéciles.
- ¿Esto fue abrupto o progresivo?
- Creo que es coherente con el entorno que nos tocó vivir. Viví momentos muy brillantes, con ilusión, y ahora estoy en el desencanto. Esta, como cualquier carrera, depende de los clientes. Tener un necio como director y puestista te lleva a lugares insospechados. No te dá margen para trabajar.
- ¿El margen tendría que ver con la libertad creativa?
- Claro. Ahora se han puesto muy manieristas, muy tontos o maricones, no sé. Lo decorativo indica que no hay puestas. Antes yo trabajaba con gente que me decía vos hacé lo tuyo, yo hago lo mío, y a partir de ahí salía una cosa buena. Desde un tiempo a esta parte, lo que me ha tocado es pésimo, mediocre.
- ¿Y en qué influyó el contexto o el entorno?
- Los necios, los mezquinos han proliferado como hongos. Alguna vez yo trabajé con gente que me preguntaba ¿vos qué pensás?, y yo les decía ni sé lo que estoy haciendo, y de ahí surgían cosas inesperadas, inquietantes. Estos de ahora son diferentes, creen en la letra chiquita, acá dice que la acción transcurre en España. Me viene sucediendo sistemáticamente.
- ¿Por eso te volcaste a la publicidad?
- No, me fui volcando primero por la humillación: no te pagan, te basurean, es puro maltrato. No jerarquizan nada, es todo igual.
- ¿Esto lo observás a nivel público y privado?
- Sí, en todos lados. Está todo mal, si la puesta es mala está todo mal. En las críticas acá suelen disociar: la puesta está bien pero tal cosa está mal, y no es así. Como en el cine argentino, que es pésimo: los críticos dicen está bien la luz, está bien la cámara, como si se pudiera salvar rubros. Me parece que este es un momento muy difícil.
- ¿Esta situación te parece una coyuntura? ¿Apostás al recambio generacional?
- No sé. Como profesión la escenografía puede ser, pero no es válida acá.
- ¿Pensaste en seguir tu carrera afuera?
- ¿Qué carrera?
- ...
- Para seguir afuera creo que es tarde. Mis hijos trabajan afuera, pero creo que el momento para el destierro es uno solo. Mi momento pasó, lo único que puedo hacer ahora es resistir.
- ¿Te atrincheraste en la publicidad?
- La publicidad es pragmática, y creo que es un espacio que te permite seguir trabajando en lo tuyo. Al teatro ni siquiera voy, porque me aburre profundamente.
- ¿Te aburren los textos?
- No, se puede poner bien hasta la guía telefónica. Es cuestión de inteligencia. No hay propuestas divertidas, es todo soberbio, pretensioso. Me alucina ver tanto tarado.
- ¿Y en cuanto al teatro lírico?
- Es divertido ver cómo traen a Jodorowsky o a Plate y los dejan hacer lo que se les canta. Uno llega al ensayo en el Colón y desde el puestista hasta el último son una manga de tontos. No tienen sentido del humor, no entienden que lo creativo es un espacio divertido. Acá todo es sufrimiento, solemnidad. Prefiero hacer jabones.
- ¿Y haciendo avisos de jabones te sentís artista?
- No me creo artista. Soy un constructor que se divierte. Un profesional. La palabra artista la usan para humillarte, es la visión que se tenía en el Medioevo del artista: un trabajador de las manos al que había que jorobar. No es la posición relevante del Renacimiento. Artista no, es posible que domine algunas cosas que otros no dominan.
- ¿Cuál es tu dominio?
- El espacio. Ahí sí que no tengo ninguna duda. Manejo el espacio como yo quiero. Sin manierismo. Llegué ahí por formación, por práctica y por ser sensible al espacio.
- ¿Cómo se entrena el ojo?
- Una escuela como arquitectura está bien. Después, directo al espacio ligado con el espectáculo. No me inmuta estar en la planicie o en el caos de la ciudad.
- ¿La era digital afecta tu manera de trabajar?
- No, la tecnología es una estupidez, lo único que aumenta es la velocidad. Los programas para diseñar responden sólo en cuanto a la velocidad, en nada más. La computadora sirve cuando tenés que entregar una cantidad excesiva de planos, y para eliminar un montón de puestos de trabajo. Pero la concepción del espacio no la afecta. La gente que ahora arranca trabajando con computadoras en algún momento va a tener que aprender a usar los mínimos elementos, las reglas, la sintaxis.
- ¿Te interesa la posibilidad de enseñar?
- Sí. Me parece un lugar interesante: retirarte y mirar con ironía este medio. Quiero enseñar a la manera renacentista, con grupos chicos, aunque sé que es difícil que entren en la mecánica del trabajo porque no leen, no estudian. La única regla fija en el tema del espacio es el diseño, el dibujo. Mi sistema va a ser bastante desencantador, quiero trabajar en la abstracción pura. Para enseñar a dibujar hay que empezar por la geometría de Euclides, que es el punto de partida para el pensamiento. Los artistas más interesantes, los ligados a alguna vanguardia, tuvieron un pensamiento. Picasso, Le Corbusier, Wright. Hoy Calatrava, que es un ingeniero y está pensando en términos de futuro, haciendo dibujos. Expresa una idea puramente a través del diseño. Me llama la atención que un tipo tan brillante está en el grado cero. No necesita una computadora. Hay que rescatar el dibujo porque hoy está enmascarado.
- ¿Qué rol juega el dibujo en tu propio proceso creativo?
- Todo. No escribo, soy sordo, soy mudo. Soy puramente visual.
- ¿Con qué fuentes teóricas se alimenta esa práctica?
- El diseño se apoya en tres bases: el dibujo como instrumental; la física, que es fundamental para comprender los materiales, y la historia del arte, para entender las posturas de los artistas frente a lo que hacían. Eso es lo que hay que saber, después si te piden reproducir algo agarrás un libro de molduras y lo copiás. Es lo que pasa en el Colón, donde para hacer Francia hacen esas tortas de bodas horribles.
- ¿Por evitar la moldura copiada te sentiste muy rechazado?
- Siempre. Es una regla de oro: en los mejores escenarios y con los mejores puestistas. El peor recibimiento fue para las cosas más lindas que salieron.
- ¿Te referís al público o a la crítica?
- La crítica acá no existe. Si no existen los gobernantes, ¿cómo van a existir los críticos? Son unas bestias que te cuentan toda la obra, nadie fundamenta nada. Hubo crítica en la época de los grandes semanarios como Primera Plana, ahora están los diarios y son un desastre, no hay opinión. Por eso no quiero meterme más en el teatro, o de repente me meto y fracaso. Hago algo que me gusta y me pregunto con todos estos burros, ¿para qué?. Las condiciones no son propicias.

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